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Es más bien sorprendente que hablar de tu propia realidad pueda convertirse en una forma de escapismo. Cuando esa realidad es la colombiana, entonces no hay duda de que algo muy malo está pasando en el mundo. Y sí. En los momentos en que escribo estas líneas, el horror de Gaza pone en evidencia la bancarrota del supuesto sistema de protecciones establecido por la llamada comunidad internacional. Qué terrible contemplar una matazón en vivo y en directo ante el silencio gélido, cuando no justificativo, de los supuestos actores responsables de la “comunidad internacional”. No hay ataque masivo contra la población civil que pueda defenderse. Tampoco hay muertos bien muertos.
Lo que me trae directamente a nuestros asuntos. Pronto tendremos elecciones regionales. La gente se entusiasma y se alarma con los resultados de las numerosas encuestas, según sus preferencias. ¿Cómo tomarlas? El gran escritor siciliano Leonardo Sciascia dijo, creo que a finales de la década de 1970, que “se puede evadir a la policía italiana, pero no a las leyes de la probabilidad”. Muy al punto.
¿Pero qué tanto expresan las encuestas tales leyes? Esa es la cuestión. En los últimos años, algunas encuestas electorales fallaron espectacularmente. Incluso ciertos analistas circularon la idea de que su propósito no era predecir los resultados. Muy sofisticado y elegante. ¿Pero, entonces, para qué hacerlas? Por otro lado, podríamos tener una visión inflada de sus desaciertos: en la medida en que ellos son bastante llamativos, concentran nuestra atención, pero en cambio descontamos sus éxitos rutinarios. No sé si alguien haya hecho alguna evaluación sistemática, cuantitativa, de la tasa de triunfos o de errores de los sondeos en los últimos tiempos, pero el ejercicio sería extraordinariamente útil. Por el momento, lo que sabemos es que han errado en algunos casos críticos.
Las encuestas pueden predecir mal por varias razones. La más simple y primitiva es malicia o autointerés. Pero hay otras. Verbigracia: si una elección es muy cerrada y la diferencia entre los candidatos principales está dentro de los márgenes de error, el orden de los ganadores en la vida real puede ser distinto del de la encuesta, sin que esta en realidad haya predicho mal. Está también la compleja cuestión de la muestra. No hablemos ya de las preguntas: hay muy buenas investigaciones que revelan que unos cambios muy pequeños en su formulación pueden llevar a respuestas sustancialmente diferentes. La gente puede esconder sus preferencias por pena. Y, como dijera el expresidente Santos, “la política es dinámica”: quizás las preferencias sí estaban ordenadas como lo dijo la encuestadora en su momento, pero después hubo un cambio brusco en aquellas y las cosas terminaron de otro modo.
Como siempre, estas contingencias no significan ni que el ejercicio sea vano, ni que “todo valga”. Simplemente, implican que ellas son instrumentos para orientarse en el mundo, que pueden decir cosas a todos los competidores: a veces muchas, a veces pocas. De hecho, las encuestas se han vuelto una fuente invaluable para entendernos, no solo para predecir los resultados electorales. Y cuando se involucran en esto son fotos que pueden servir para capturar las dinámicas del momento. Pero hay que saber leerlas. La experiencia ha mostrado que esto no es fácil.
Por mi parte, creo que ganaré sin excepción las apuestas que casé con bastante anticipación, así que no puedo quejarme en este particular. Como, por varias razones, no hice públicas mis predicciones (aunque tengo testigos), entonces tendré que resignarme a hacer un post mortem cuidadoso, si es que me animo. Pero hay un punto en el que quiero insistir: nuestro electorado tiene una larga tradición de interesante “inconsistencia”, según la cual las preferencias expresadas por una papeleta (digamos, alcalde) no necesariamente reflejan las que se manifiestan en otra (digamos, Concejo o Asamblea). Cada boletica tiene su propia lógica. Eso pone límites a, pero también ancla, lo que se pueda decir sobre los resultados.
