Se acercan las elecciones de octubre y al menos el Centro Democrático y el sistema planetario de derecha radical que gira alrededor de él ya comenzaron en serio su campaña. De la mano de su gran caudillo y factótum, Álvaro Uribe Vélez.
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Tanto Uribe como su formación han sufrido un declive persistente en los últimos años, en medio de escándalos terribles y gobiernos catastróficos. Pero se necesita ser incauto y optimista para creer que no pueden resucitar. En general: en política no están excluidos los retornos más improbables. En particular: en la vida pública colombiana estamos llenos de muertos vivientes, instalados en posiciones de poder. Específicamente: es claro que ahora Uribe está haciendo todo lo posible por volver a ganar.
¿Cuáles son los temas favoritos de este intento de regreso? Creo que básicamente, cuatro, que por un lado intentan pasar todas esas hojas manchadas de sangre que forman la gran enciclopedia del uribismo, pero a la vez intentan conectar con las “glorias” de su pasado. El primer motivo fundamental es que no sólo “el nuevo marxismo” latinoamericano debe ser sometido a crítica; también los “demócratas” —incluido él mismo—, que han cometido muchos errores. El segundo es el ataque a las reformas de salud y laboral, que fomentan el odio entre trabajadores y empresarios, y nos empujan al modelo cubano. El tercero es el rechazo a las drogas, que se han salido de madre; Uribe de hecho estuvo promoviendo una consulta sobre eso (aunque no sé muy bien cómo terminó). Por último, está el tema de la seguridad. Uribe se está quejando de un deterioro general en este ámbito. A la vez está promoviendo dos planteamientos. Por un lado, el de sus apoyos —Paloma Valencia, por ejemplo—, en el sentido de que es necesario dejar que la población se arme (esto también ha encontrado eco en algunos gremios, que después pretenderán llorar las consecuencias de lo que ellos mismos promovieron). Por el otro, equiparar a las guardias campesinas con el paramilitarismo. Pero, dice Uribe, “el paramilitarismo campesino es tan malo como el paramilitarismo empresarial” (a quienes estén tan estupefactos con esta declaración como para no creerme, los remito a https://drive.google.com/file/d/17AudN3MKsdCmvVXTLXCeiRxR3sK5xVLV/view?pli=1).
Lo que me lleva a la siguiente reflexión. Muchos han apostado a que Uribe se modere. Es una buena apuesta, en la que yo quisiera creer: por la paz, por la democracia y simplemente porque, después de décadas de horrores y sobresaltos, necesitamos un respiro. De hecho, algunas de sus actitudes y de sus silencios han apuntado no sé si a un cierto espíritu de reconciliación o al menos al deseo de una pausa. Pero, ahora que este líder —cuyas capacidades extraordinarias sólo un ciego podría negar— tiene que mostrar sus cartas, es claro que lo que tiene para ofrecernos a los colombianos es más del cinismo violento que conocemos tan bien.
Hasta el momento, su retórica de campaña está marcada por tres características. Primero, mentiras descabelladas y teorías de la conspiración. La reforma a la salud es, claro, discutible, ¿pero de dónde saca que nos está convirtiendo en Cuba? (Para peor, ese es uno de los dominios en los que la isla ha mostrado tradicionalmente un buen desempeño). Lo del “paramilitarismo campesino” es infame. ¿Cuántas masacres se les pueden atribuir a las guardias? Y el reconocimiento más o menos abierto de que lo que vivimos en un pasado no tan lejano fue un “paramilitarismo empresarial”, apoyado muy claramente por ciertos sectores, es una forma terrible de normalización. Segundo, la promoción del pánico moral, alrededor de las drogas. Es algo que intentó hacer, a su manera zafia y bufonesca, el personaje que hace de fiscal general de la Nación: claramente está en la agenda. Tercero, promover el acceso a los medios de violencia para “la gente que es”. Una destructiva y muy tradicional demanda, de la que el uribismo sigue siendo vocero.