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¿Y ahora?

Francisco Gutiérrez Sanín

04 de marzo de 2022 - 12:30 a. m.

¿Volaremos en pedazos? El uso de armas nucleares está ya sobre la mesa: los rusos lo han planteado dos veces. Nos encontramos —la humanidad— cerca del precipicio.

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No se llega a una crisis de esta magnitud sin una larga acumulación de materiales explosivos. Putin, así como diversas fuentes, incluidas occidentales (como en este pódcast), han descrito de manera concisa las dos motivaciones centrales detrás de la invasión a Ucrania. Primera, un malestar que se ha ido convirtiendo en rabia reconcentrada contra Occidente: contra su cerco y exclusión. Segunda, una narrativa histórica según la cual Ucrania es invención comunista (en concreto, de Lenin y Stalin). Es un país que no debería existir. ¿Decomunización? Vale, dice Putin: a la decomunización prooccidental de Ucrania, opondrá la suya de carácter autoritario (ambas, por lo demás, marcadas por violencias severas y por odios cruzados y crecientes).

Esas dos motivaciones explican los extraños realineamientos que se han presentado a lo largo y ancho del mundo al tuntún del conflicto. Putin ha encabezado una suerte de red internacional antidemocrática y antiliberal, pero también sigue siendo un ícono de resistencia a las potencias occidentales. Izquierda, centro y derecha han ido tomando posiciones de acuerdo con su intereses, visiones y programas, así como con sus experiencias pasadas. En América Latina, el izquierdista Boric condenó la invasión, mientras que Maduro y Ortega la apoyaban. A la derecha, el Gobierno colombiano la rechazó: así recoge nuestra larga tradición de “mirar hacia el norte”, pero a la vez trata de hacer olvidar sus viejos pecadillos (su abierta simpatía con Trump, cuyo programa antiliberal tenía una amplia área de intersección con el de Putin). Bolsonaro, por su parte, ha mantenido una posición de neutralidad benévola hacia Putin. En Europa, líderes de derecha cuyas credenciales democráticas son entre malas y pésimas oscilaron entre las simpatías programáticas y el miedo a una expansión armada rusa, con la que han tenido experiencias nefastas en un pasado no tan lejano. ¿Y qué harán los partidos de derecha autoritaria y amigos abiertos de Putin? En Asia, China e India se han abstenido de emitir condenas, aunque sus dirigentes tienen orientaciones políticas antagónicas y una historia prolongada de tensiones: la incesante agresividad de Occidente pesa más en sus cuentas que los conflictos europeos, y las amenazas a la democracia no los impresionan.

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De pronto el hecho de que la invasión sacudió de manera brutal un establecimiento político mundial que ya venía sufriendo todo un proceso de recomposición, reorganizando lealtades y visiones de mundo, explica por qué no hemos visto desarrollarse un movimiento vigoroso por la paz mundial, que luche contra la amenaza nuclear y defienda la vida: la de todos, incluyendo a esa abrumadora mayoría que no tiene ningún poder de decisión sobre estos asuntos. Me pregunto si en medio de tantas fracturas podrá surgir ese ecumenismo que tanta falta hace hoy.

Si el crecimiento de la derecha autoritaria y de sus aspiraciones de desestabilización global está mostrando su potencial destructor, las democracias realmente existentes —que manejan cada vez peor problemas de carácter global y que implican adoptar horizontes temporales largos— están recordándonos sus límites y sus contabilidades por partida doble. Habría mucho más que decir sobre esto. Por el momento, baste resaltar que el jingoísmo de Biden y su irresponsabilidad —incluyendo un lenguaje de matasiete que a menudo no ha podido respaldar con hechos— provienen parcialmente de una dinámica electoral que lo puede terminar enterrando. Para ser elegido, tenía que mostrar ser más duro que todos con Rusia y China; la competencia política alentó un lenguaje tremendamente agresivo por su parte contra esos dos países. Pues la bola de fuego cayó sobre un pozo de gasolina. Mientras tanto, Trump está diciendo a los cuatro vientos que esto no hubiera pasado si no le hubieran robado la elección. Podría volver al poder pronto.

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Hay mucho por repensar. Pero tenemos poco tiempo.

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