Colombia se ha caracterizado por tener una frágil democracia, producto de un Estado políticamente débil, incapaz de hacer presencia legítima para controlar más de la mitad del territorio nacional. Tal situación ha facilitado que diversas violencias hayan acompañado su historia republicana. Gobiernos inexpertos y sin norte definido, en particular el actual, han profundizado estos problemas, de los que se derivan círculos viciosos.
Gracias por ser nuestro usuario. Apreciado lector, te invitamos a suscribirte a uno de nuestros planes para continuar disfrutando de este contenido exclusivo.El Espectador, el valor de la información.
Colombia se ha caracterizado por tener una frágil democracia, producto de un Estado políticamente débil, incapaz de hacer presencia legítima para controlar más de la mitad del territorio nacional. Tal situación ha facilitado que diversas violencias hayan acompañado su historia republicana. Gobiernos inexpertos y sin norte definido, en particular el actual, han profundizado estos problemas, de los que se derivan círculos viciosos.
Desde inicios de la modernización capitalista, la concentración de riquezas y el crecimiento acelerado de la población han contribuido a mantener en la pobreza y el desempleo a sectores populares que continúan con tasas de reproducción relativamente altas. Ellos conforman la mayoría de la población de un país carente de políticas públicas eficaces, como supresión de exenciones tributarias, impuestos crecientes a la riqueza y políticas redistributivas que contribuyan a mejorar esta situación.
La ausencia de medidas efectivas para fortalecer el Estado no ha tenido correcciones y se persiste en más de lo mismo, como el crecimiento de la Fuerza Pública sin rediseños adecuados. Hay ausencia de medidas eficaces, como el empoderamiento de la educación pública y privada, frenos al clientelismo y la corrupción, reformas orientadas a sanear las políticas electorales y normas que fortalezcan una articulación adecuada de la administración pública.
El asesinato de líderes sociales, de desmovilizados de grupos irregulares y de personas indeterminadas en entornos urbanos y rurales no ha tenido pausa alguna, así como también acosos sexuales y embarazos de niñas y adolecentes, sin que los responsables oficiales de proteger la vida hayan logrado limitar estos aconteceres, ni las autoridades nacionales hayan dedicado tiempo suficiente para diseñar estrategias capaces de romper este círculo sin fin, alimentado por acciones ilícitas in crescendo. Tales acciones incluyen además minería, cultivos, narcotráfico y contrabando, que confirman la debilidad del Estado.
El presente Gobierno ha mostrado a un presidente desconocedor de la complejidad del país, pero oportunista en situaciones que se le presentan. El nombramiento de amigotes en organismos de control (¿independientes?) ha alimentado círculos viciosos. Sus viajes al exterior, con familiares y políticos de su entorno, sobrepasaron en número los de sus antecesores. Ante la OCDE mostró una república con el más alto crecimiento económico de la historia, sin aclarar que era consecuencia de la mayor contracción económica conocida. Y en comentarios domésticos se inmiscuye en lo que no debería, como criticar decisiones históricas de la Corte Constitucional —sobre aborto— por ser producto de pocas personas. Tal desgobierno ha dejado rodar los círculos viciosos del trasegar político nacional.
Sin duda, el país continúa su tránsito a través de tales círculos, con pocos esfuerzos para romperlos. Los resultados de los actuales comicios electorales —producto de campañas anticipadas— tienen más incógnitas que garantías para que nuestra sociedad se recupere de los problemas señalados. Ojalá me equivoque.