El calificativo de ventajista se refiere a que durante su mandato el presidente Duque ha usado el poder político para sacar provecho propio y favorecer a sus amigotes, su círculo político personal y su partido, violando normas y ante todo principios éticos. A esto se le suman numerosos errores debidos a su desconocimiento de un país en extremo complejo y a su inexperiencia política, factores que muestran su ineptitud para asumir el cargo de primer mandatario de la nación.
En este espacio he afirmado que Duque ha sido el mandatario que más ha usado el avión presidencial y que además lo ha hecho en compañía de familiares, amigos y su círculo oficial preferido. Pero más dañinas han sido sus triquiñuelas para que personas cercanas a él sean designadas en direcciones de órganos de control, supuestamente independientes: Fiscalía, Contraloría, Procuraduría y Defensoría del Pueblo.
Entre sus ardides recientes está establecer días sin IVA poco tiempo antes de las elecciones legislativas y de la segunda vuelta presidencial, para desacelerar el descenso del mal llamado Centro Democrático. También, la suspensión que hizo el Congreso de la parte de la Ley de Garantías que protegía los tiempos electorales de intervenciones del Gobierno central para favorecer a ciertos partidos. Además, los nombramientos de personas ajenas a la Academia Diplomática, pero cercanas a círculos del Ejecutivo central, en cargos en el exterior. Aunque se trata de una vieja costumbre, hacerlo al final del período presidencial muestra el talante del mandatario y los costos que representa su posible cambio por parte de un nuevo gobierno.
Otras artimañas de Duque en asuntos de importancia nacional han sido ignorar, desde inicios del gobierno, la obligatoriedad del cumplimiento del Acuerdo Final de Paz con las Farc, en especial la reforma rural integral, expresión fundamental del destacado problema agrario sin solución a lo largo de la historia nacional. A ello se le suma —para disimular tal falla— el sirirí de “Paz con legalidad”, pleonasmo publicitado hasta la saciedad.
La seguridad ha sido, entre todos sus desaciertos, quizás el más visible. En las marchas y protestas populares el descontrol criminal de la Policía se ha publicitado por todos los medios de comunicación. Esta institución ha ratificado su estatus de “rueda suelta” al depender de ministros de Defensa desconocedores de una fuerza clave para la seguridad ciudadana, cuyo énfasis debe ser la prevención, contraria a la represión que ha sido la regla. A esto se añade la inseguridad urbana, debido al aumento del desempleo y las desigualdades sociales, en especial por el mal manejo de la economía en impuestos y sus exenciones, exceso de gastos y otros factores. Y qué decir de la fuerza pública en general, que ha sido incapaz de frenar el cúmulo de asesinatos de líderes populares y desmovilizados en todo el territorio nacional.
Aunque cada vez con más enredos, en esta época electoral hay esperanzas de elegir un gobierno ecuánime y conocedor de los graves problemas que nos han acompañado.