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La historia que nunca nos enseñaron

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Gabriela Alonso Jaramillo
10 de noviembre de 2025 - 05:02 a. m.
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No sé qué pasó cuando se tomaron el Palacio de Justicia. Y no lo digo con orgullo, lo digo con la tristeza de quien siente que le robaron un pedazo de su memoria.

Aprendí sobre el genocidio en Ruanda, la desintegración de Yugoslavia y la posterior guerra de Kosovo. Aprendí sobre las dictaduras de Argentina, Chile, Uganda y China. Pero nadie me habló del 6 de noviembre de 1985. Nadie me explicó qué fue la Toma del Palacio de Justicia ni por qué ese día marcó para siempre a un país que, cuarenta años después, aún no termina de entender lo que pasó.

Incluso hoy no entiendo por qué en los colegios y escuelas parece más importante enseñar la historia de otros países que la de mi propio país.

Y no fue culpa de mis profesores. Al contrario, Alejandro, Carolina y Laura me enseñaron a hacer preguntas, a dudar, a querer entender el mundo. Gracias a él y a ellas descubrí mi curiosidad por la política y por el país. Pero el problema va más allá de los salones de clase. Fue una decisión estructural de un sistema que un día decidió que nuestra historia no era tan importante.

Tampoco me enseñaron sobre Bojayá ni sobre el vuelo 203 de Avianca que explotó en el aire. Ni del secuestro de José Raquel Mercado ni de la bomba del DAS. No me hablaron de la disolución de la Gran Colombia ni de la Guerra de los Mil Días. Tampoco me contaron de los falsos positivos ni del exterminio de la Unión Patriótica. Me enseñaron que en Colombia ha habido “violencia política”, que “hay actores que se sienten excluidos”. Nos lo dijeron, sí, pero sin contarlo de verdad; sin nombres, sin lugares, sin dolor.

Me enteré por mi cuenta de que hubo guerras a las que nunca llamaron guerras. Me enteré de que en Colombia se volvió parte de la cotidianidad escuchar sobre bombas, secuestros y asesinatos.

Nos privaron de la historia; la desaparecieron de los salones de clase. En 1984, un año antes de la toma del Palacio de Justicia, la historia fue eliminada como materia autónoma en los colegios del país e incorporada dentro del área de ciencias sociales, por recomendación de la UNESCO. Con el tiempo, esa decisión hizo que muchas generaciones creciéramos sin conocer a fondo los hechos que marcaron al país. Se perdió la profundidad con la que antes se enseñaba.

Desde entonces, crecimos con vacíos sobre nuestra propia historia, sin conocer las causas ni las heridas que explican lo que vivimos hoy.

Nos han repetido hasta el cansancio que el futuro está en nuestras manos, en las manos de los y las jóvenes del país. Pero ¿cómo puede una generación hacerse cargo del país si no conoce su historia? ¿Cómo interpretar lo que somos si nunca nos contaron cómo llegamos hasta aquí?

La historia es el hilo conductor de todo lo que somos. La historia no está para justificar el pasado, es la que da sentido al hoy, a la educación, la salud, la cultura, la economía, las políticas públicas; a todo lo que nos duele y nos mueve cada día.

Sin historia, una sociedad se vuelve desmemoriada, apática, insensible. Nos desconectamos de lo que nos pertenece, del amor por el país, de la empatía hacia los otros. El olvido no solo borra los hechos; borra la capacidad de sentirlos.

No sé si a quienes tomaron la decisión de borrar la historia del currículo les dio miedo enseñar una historia tan violenta. Puede que sí, pero esconderla no la hace menos dura. Esa es precisamente la historia que necesitamos conocer, no para revivir el dolor sino para transformarlo. Hacer memoria no es quedarse en el pasado, es entenderlo para actuar distinto.

Nos enseñaron a mirar hacia el futuro, pero nunca a mirar atrás. Y si en Colombia decidimos olvidar nuestra historia, nunca aprenderemos de ella.

Si la historia no se cuenta, se olvida.

Gabriela Alonso Jaramillo

Por Gabriela Alonso Jaramillo

Estudiante de Gobierno y Asuntos Públicos y de Ciencia Política en la Universidad de los Andes. Máster en Comunicación Política del Centro Europeo de Postgrados. Creadora de contenido, reconocida por Cifras & Conceptos como líder nativa digital y ganadora del Youth Leadership Award de los Napolitan Victory Awards.
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Francisco Tostón(82596)11 de noviembre de 2025 - 06:11 p. m.
(sigue) adecuadamente, más allá de fanatismos y tergiversaciones, con criterios científicos y medios atractivos que den una idea básica, veraz, amena y suficiente de nuestra realidad pasada y presente con espíritu crítico y creativo. Es un tarea ardua pero magnífica, que pondría a prueba tanta inteligencia dispersa como anda por ahí en los medios abriendo caminos y actuando como francotiradores casi siempre ignorados o incomprendidos.
Francisco Tostón(82596)11 de noviembre de 2025 - 06:02 p. m.
Tanto el artículo como la mayor parte de los comentarios muestran la necesidad de conocer nuestra propia historia y el momento más apropiado para enfrentarse con ella pienso que serían los dos últimos años del bachillerato, cuando el joven comienza a mirar un poco más allá de sus narices. Tenemos buenos historiadores y magníficos escritores. Falta una iniciativa inteligente y con poder para plasmar ese conocimiento en herramientas útiles para toda la vida, que enseñen a ver, a informarse
Michel(00751)11 de noviembre de 2025 - 04:47 p. m.
Y saber que quien suprimió le enseñanza de la Historia como disciplina autónoma fue el presidente que posaba de intelectual: Belisario Betancur.
Felipe Fegoma(94028)11 de noviembre de 2025 - 02:44 a. m.
Colombia no solo tiene una historia desastrosa, esa la tienen muchos países que hoy son pacíficos y prósperos, lo que tuvo siempre y en cada momento, fue un presente nunca superado. Es como si agonizase permanentemente, en el agobio de un nefasto presente que se eterniza. Por eso, se prefirió no contar un ayer idéntico al hoy, para que este país de violencia y muerte, siga en su guaro, su ron y su coca, su parrandón vallenato o su joropo, con una macabra alegría falsa, asesina y rezandera.
Helga66(40077)11 de noviembre de 2025 - 02:02 a. m.
Pues a estudiar
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