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La violencia digital: la censura del siglo XXI

Gabriela Alonso Jaramillo

27 de octubre de 2025 - 12:03 a. m.

Nos acostumbramos tanto al odio en redes que dejamos de verlo como violencia.

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Nos hemos vuelto más violentos desde que aprendimos a escondernos detrás de una pantalla. En la era digital la agresión se volvió anónima, rápida y compartible. En redes no se ven los golpes, pero se sienten; no dejan sangre ni moretones, pero sí cicatrices que pesan. Hay quienes sienten miedo de abrir el celular y leer los comentarios, de despertar y descubrir que están siendo atacados. Nadie está preparado para recibir odio todos los días.

La violencia digital tiene muchas caras: insultos, burlas, desinformación, manipulación, amenazas… algo que comienza como una burla puede escalar hasta convertirse en una amenaza. Hay personas que se enganchan, que atacan todos los días, que se obsesionan con el odio. Y lo peor es que nadie mide el daño, nadie pone un límite. Hemos aprendido a verlo como parte del paisaje.

La violencia digital no es solo “odio en redes”, sino una forma de censura moderna que tiene como objetivo callar, desgastar y sacar del espacio público a quienes incomodan. No se ve, pero se siente: es una bota invisible que aprieta el cuello, silenciosa, pero igual de asfixiante.

Amnistía Internacional advierte que el 85 % de las mujeres que usan internet ha presenciado violencia digital, y el 38 % ha sido víctima directa. Aunque no existen cifras precisas sobre los hombres, los estudios coinciden en que las mujeres enfrentan ataques más graves, persistentes y sexualizados. La violencia digital, como toda violencia, también refleja las desigualdades del mundo fuera de la pantalla.

La violencia digital no reemplazó las violencias de siempre, solo las amplifica. El machismo, el racismo, la homofobia y el clasismo encontraron en las redes un nuevo megáfono.

Los efectos son reales. “Lo virtual es real”, advirtió Cecilia Núñez Martínez, jefa de la Unidad de Comunicación para la Igualdad de la Coordinación para la Igualdad de Género (CIGU) de la UNAM, durante el 4º Foro Universitario contra la Violencia Digital. La violencia digital impacta la salud mental, mina la autoestima y restringe la participación social y comunicativa de quienes la padecen.

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También se siente el peso. La rabia que se mezcla con impotencia, las ganas de defenderse y de desaparecer al mismo tiempo. La violencia digital no crece sola; en redes la alimentamos con crueldad y con falta de empatía. En Colombia, con más de 39 millones de usuarios activos en redes, seguimos fingiendo que la violencia digital no nos toca.

Los medios no hablan del tema, y muchos líderes de opinión o la ejercen, o la ignoran. Mientras tanto la conversación digital se vuelve más violenta, más superficial, más manipulada. Cada insulto, cada burla, cada amenaza va erosionando la empatía colectiva. Perdimos la sensibilidad. Entre tanto ruido, la empatía se nos fue deteriorando hasta quedar en silencio.

La violencia digital empieza cada vez más temprano: en los colegios, en las universidades, en los espacios donde deberíamos aprender a convivir. Quizá por eso hay tantos adultos que hoy usan las redes para agredir, porque crecieron creyendo que herir era parte del juego. La violencia digital no distingue edad, raza ni género; todos podemos ser víctimas, pero también responsables.

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Corregirlo empieza por reconocerlo, y entender que las redes no son un campo de batalla, sino un espacio de convivencia. Aprender a debatir sin destruir, a disentir sin deshumanizar.

En Colombia, el debate ya llegó al Congreso. El Proyecto de Ley de Protección Digital —inspirado en la Ley Olimpia mexicana— busca penalizar conductas como el acoso, la difusión no consentida de imágenes íntimas y otras formas de violencia digital. La iniciativa propone sanciones de cárcel y campañas educativas, pero más allá del castigo, el reto está en cambiar la cultura: entender que lo digital también es real, que el daño virtual también es daño.

Una ley puede reconocer la violencia, pero solo la sociedad puede dejar de reproducirla. Corregirlo exige un cambio cultural y educativo; que los colegios enseñen responsabilidad en lo digital, que las universidades promuevan el debate sin agresión, que los hogares refuercen la empatía y que los medios y las plataformas asuman que cada publicación también deja huella.

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Si no aprendemos a convivir en lo digital, seguiremos girando en los mismos espirales de violencia, solo que más rápidos y con más espectadores.

Nos acostumbramos tanto a la violencia digital que ya ni la llamamos por su nombre. No es normal. No está bien. Y mientras sigamos creyendo que “solo son comentarios”, también seremos parte del problema. Detrás de cada pantalla hay alguien que siente. Las palabras no dejan marcas, dejan huellas.

Una ilustración de la UNAM retrata perfectamente la violencia digital: palabras que salen del computador y golpean a una persona que intenta protegerse. No son balas, pero duelen igual. No dejan sangre, pero sí cicatrices invisibles.

Y aunque las interacciones y los comentarios cargados de odio no sean tangibles, están ahí, recordándonos que entre más silencio guardemos, más poder le damos a quienes quieren callarnos. Cuando las palabras hieren y les entregamos nuestro silencio, lo que está en riesgo ya no es solo la conversación, sino nuestra humanidad.

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Romper el ciclo no significa quedarse en silencio, sino transformar la forma en que hablamos. Elegir la empatía, no es debilidad: es una forma de resistencia.

* Creadora de Política para Apolíticos

Por Gabriela Alonso Jaramillo

Estudiante de Gobierno y Asuntos Públicos y de Ciencia Política en la Universidad de los Andes. Máster en Comunicación Política del Centro Europeo de Postgrados. Creadora de contenido, reconocida por Cifras & Conceptos como líder nativa digital y ganadora del Youth Leadership Award de los Napolitan Victory Awards.
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