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El 2025 fue el tercer año del gobierno de Gustavo Petro y el último gobernado de enero a diciembre. Ya no hubo excusas de empalme ni promesas a futuro. Fue un año que dejó preocupación: la ideología se impuso sobre los datos, el ego sobre la responsabilidad y la confusión sobre la claridad. Más de una vez surgió la misma pregunta: ¿para quién están gobernando?
Una de las primeras señales fue la política exterior convertida en escenario de pulsos ideológicos. Petro decidió confrontar a Donald Trump sin medir consecuencias, poniendo en riesgo la relación con el principal aliado estratégico de Colombia. Una pelea de egos que terminó perdiendo el país, reflejada en episodios como la inclusión de actores del entorno colombiano en la llamada Lista Clinton, con efectos sobre la confianza y la imagen internacional.
En el frente económico, el mensaje fue alarmante. La suspensión de la Regla Fiscal abrió la puerta a un déficit cercano al 7,5 % del PIB —el segundo más alto en 121 años, según Fedesarrollo—. Ese desorden encarece el endeudamiento, deteriora la confianza y pone en riesgo la estabilidad. La improvisación sustituyó a la planeación y al cálculo técnico.
Ese mismo desorden golpeó a los jóvenes. La desfinanciación del ICETEX y el recorte de subsidios dejaron a miles de estudiantes en la incertidumbre. Según la Universidad Nacional, la cobertura se redujo de forma drástica. Un gobierno que llegó al poder con respaldo juvenil hoy les da la espalda.
En seguridad, la llamada Paz Total mostró su fracaso en los territorios. Se subió a tarimas a cabecillas criminales presos como “voceros de paz”, se relativizó la autoridad del Estado y se humilló a las víctimas. El resultado fue el contrario al prometido: más extorsión, más secuestros y más desplazamientos. Según La Silla Vacía e Invamer, 2025 cerró con un deterioro evidente de la seguridad. La Paz Total, en cifras, es un fracaso; el irrespeto hacia las víctimas ya no parece un error, sino una decisión.
La mayor confesión de ese fracaso no vino de la oposición, sino desde adentro del propio Gobierno. En un consejo de ministros del 4 de febrero de 2025, la vicepresidenta Francia Márquez lanzó una frase devastadora: “Mi gente me dice que estaba mejor antes de que yo fuera vicepresidenta”. Cuando el propio Gobierno admite que su promesa de cambio empeoró la vida de la gente, no hay discurso que lo salve.
A esto se sumó la incapacidad para gestionar lo básico. Petro estuvo a punto de dejar al país sin pasaportes por su obsesión con sacar a Thomas Greg & Sons del proceso. Tres cancilleres cayeron y el servicio quedó al borde del colapso. El capricho terminó imponiéndose sobre algo que funcionaba.
El deterioro fue también ético y discursivo. En 2025, el presidente convirtió escenarios institucionales en espacios de insulto y provocación. Comentarios misóginos por los que tuvo que retractarse por orden judicial, frases racializadas y descalificaciones abiertas marcaron el año. Quedó la imagen de un liderazgo consumido por el poder y la confrontación.
El desborde llegó incluso al plano internacional. Desde la Asamblea General de la ONU, Petro habló de abrir convocatorias de voluntarios para “liberar” Gaza. “Y si le toca al presidente de la República de Colombia ir a ese combate no me asusta, ya he estado en otros, pues voy” [sic], afirmó. Más allá de la causa, la declaración fue jurídicamente inviable y diplomáticamente irresponsable.
Este año, además, el presidente se rodeó de figuras cuya principal credencial no fue la idoneidad, sino la lealtad. Los nombramientos de Armando Benedetti y Alfredo Saade confirmaron que los escándalos no son un obstáculo en el Gobierno del “cambio”.
A pesar de todo, sus fanáticos seguirán aplaudiendo. Pero gobernar no es resistir ni convertir cada micrófono en una trinchera; es hacerse cargo y gobernar para los 51 millones de colombiano. El 2025 cerró con un gobierno que falló en la economía, la seguridad, la gestión y las formas. Que quede como lección de lo que no queremos repetir.
