La ortografía puede ser tan sutil como trascendental. Sabemos que es posible cambiar el sentido original de una frase poniendo mal una coma o quitando una tilde (la semana pasada vi en internet una camiseta en honor a una madre que decía: «mama increíble»).
La forma y el fondo de lo que escribimos importan y van de la mano. Por eso, no puedo evitar reparar en confusiones comunes como la que equipara el guion con la raya. Aunque ambos son trazos horizontales, son signos distintos. El guion es más corto y sirve, sobre todo, para vincular o articular, como en este titular, que se refiere a una coalición: «Sueño con traer a Alejandro Gaviria a una consulta de centro-izquierda» (El Espectador). También se usa para dividir cuando, por falta de espacio, es necesario terminar una palabra en la línea siguiente.
La raya —más larga—, por otro lado, es útil para introducir incisos o aclaraciones, como lo acabo de hacer. Las comas o los paréntesis pueden cumplir la misma función; todo depende de qué tanto se quiera o se necesite aislar el inciso del resto de la oración.
El desconocimiento de la raya, creo, puede tener relación con lo difícil que a veces resulta encontrarla en los teclados —algo similar a lo que sucede con las comillas angulares o españolas (« »), las que en español se recomiendan en primera instancia para los textos impresos—. Buscarla en Google («guglearla») o en la lista de signos y símbolos de programas como Word son buenas opciones. Lo importante es que no olvidemos, como exclamó la Fundéu en 2011, que la raya también existe.