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Según el informe de gestión de Fedepalma de 2023, en Colombia el 99 % de la palma de aceite está libre de deforestación, para un cultivo para el que en el ámbito mundial hay evidencia de haber sido un motor de deforestación. En este contexto, las tendencias de la palmicultura en Colombia son de notar. El sector se acerca a los 2 millones de toneladas con 7.552 productores, de los cuales el 75 % son de pequeña escala y un 30 % de las empresas afiliadas, según sus voceros, vienen alcanzando certificación. La decisión de cultivos libres de deforestación a futuro es además muy importante, en un sector que sigue creciendo en regiones donde los requerimientos ambientales son escasos o de limitada aplicación.
En gran parte esta situación se valida frente a la entrada en vigencia en junio de 2023 del reglamento europeo 1.115 sobre debida diligencia para productos libres de deforestación en una trazabilidad sofisticada en la cadena de suministros y que busca evitar deforestación, degradación forestal, el no cumplimiento de la ley y la violación de derechos humanos. Sobre estos requerimientos los avances son importantes pero limitados.
Es evidente que en tiempos recientes una parte importante de la agroindustria se ha expandido en zonas ya deforestadas. Una porción menor ha sido en sabanas naturales, lo cual trae retos, pues el mismo reglamento europeo en su artículo 82 incluye en el mandato dos años después de adoptado la prevención de conversión de humedales, sabanas naturales y turberas. Deforestación cero, además, en sí misma no es una validación ambiental completa, pues estos monocultivos presentan riesgos en el agua, suelos y difusión de patógenos que podrían afectar poblaciones de palmas silvestres, y podrían ser agentes consolidados de despojo de tierras y desplazamiento. La reciente condena a Chiquita Brands en un tribunal de la Florida es un llamado de alerta a toda la agroindustria. El lento espacio de lo judicial pone en riesgo hoy la expansión económica y la sostenibilidad. Y no es solo en aquellos negocios orientados a la exportación, porque la reglamentación internacional o la jurisprudencia tarde o temprano permean el ámbito nacional. En especial los nuevos retos en medio de la crisis global de biodiversidad y su relación con la acción climática, y la justicia ambiental.
Por eso toda la agroindustria debería compartir el cometido de construir estándares integrados para la gestión de biodiversidad, acción climática y justicia social y ambiental. Crítica en este sentido es la expansión del cultivo del arroz en humedales, a costa de las sabanas inundables, en el Casanare y en la Mojana. Además del aguacate Hass, cultivo en el cual Colombia ya es actor internacional, y que ha venido creciendo a la par de conflictos socio ambientales, de manera inexplicable en territorios con suficiente institucionalidad ambiental.
Surge la necesidad de alianzas entre el sector productivo, la academia y centros de investigación para la producción de conocimientos nuevos desde la práctica. Grupos interdisciplinarios, trabajando en la creación de nuevos estándares, que incluyan una justicia reparativa y una sostenibilidad regenerativa. En el cortísimo plazo, mientras la agroindustria se sigue expandiendo, hay que idear y validar prototipos de paisajes productivos biodiversos, que no son aplicaciones de tecnologías conocidas, sino procesos de co-construcción de conocimiento, en los cuales se documenta el cambio de la pérdida hacia la ganancia de la biodiversidad, en escenarios que incluyen diferentes proporciones de uso intensivo en la agroindustria con usos asociados con la conservación y restauración de los ecosistemas. Temas que podrían ser objeto de diálogo con ocasión de la COP16.
La agroindustria seguirá durante un largo tiempo jugando un papel en la economía colombiana. El mercado internacional ya está ejerciendo impacto en la regulación, que en el ámbito nacional es insuficiente, si tomamos solo como referencia las metas del Marco Global de Biodiversidad, o el ordenamiento del territorio alrededor del agua del Plan de Desarrollo. Es claro que el desempeño ambiental ya está necesariamente ligado con la reconciliación, y la reparación ecológica y social de los territorios agroindustriales. En esto la sostenibilidad no es un fruto bajito, sino un gran reto ético y organizacional que requiere ciencia y más conciencia. Sería un nuevo concepto de biosostenibilidad.
