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Progresa un debate contra la Alcaldía de Bogotá por la presencia de especies no nativas en el terminado verde de la infraestructura de transporte. De celebrar la preferencia por las especies nativas que se echan de menos. Pero el debate, que se presenta casi como otro crimen ambiental, debe cualificarse y completarse.
Según el informe de la IPBES, las invasiones biológicas son causa creciente en pérdida de biodiversidad en el mundo, pero esto no quiere decir que allí donde hay especies exóticas siempre hay pérdida de biodiversidad. El riesgo nocivo de invasión hay que considerarlo en contexto, en especial en espacios urbanos que colindan con áreas silvestres, como en el bosque oriental de Bogotá y algunos humedales. Allí hay invasiones biológicas y reemplazos ecosistémicos completos.
El debate hay que cualificarlo. No toda especie exótica es invasora, y el dilema cerrado “nativo versus exótico” no ayuda. Se entiende que el menosprecio histórico por lo nativo promueva en algunos el desprecio por lo exótico. Pero, si de soluciones se trata, no conviene fomentar un “chauvinismo botánico”. Algunas especies exóticas traen las historias de la investigación en horticultura de los holandeses, quienes llevaron las llamas y agapantos desde África a la jardinería universal. Ninguna de estas es especie invasora aquí. Atención debería darse a la ubicación de la hiedra europea, para que solo se expanda en estructuras de cemento. Nosotros, con la mayor diversidad de flora del mundo, no hemos hecho contribuciones significativas a la jardinería universal. La ausencia de especies nativas es más notoria en las estructuras duras. Allí los jardines verticales son altamente demandantes de agua y poco adaptativos. La flora de los enclaves secos andinos, como agaves, cactáceas y crasuláceas, estarían casi listos para traer la biodiversidad al espacio gris.
El debate debe además completarse. No es verdad que las especies nativas estén ausentes en los planes del Jardín Botánico. En especial hoy, por ejemplo, con el fomento de algunas especies y las intervenciones dirigidas a mejorar la diversidad funcional, como jardines de polinizadores. Pero es insuficiente. Más que el reemplazo abrupto o frenético de lo exótico, es importante contar con indicadores de diversificación de la flora urbana con especies nativas. Hay alto potencial con las ericáceas y orquídeas terrestres, por ejemplo. También hay que revisar los modelos de paisajismo, que deberían incluir formas y funciones acordes a los espacios urbanos, y evocativos de nuestros espacios naturales. No viaja uno a una ciudad tropical andina a observar cerros cuya apariencia es idéntica a las montañas que rodean Canberra en Australia.
Las causas de esta ausencia son profundas. La falta de investigación nos ha llevado a usar especies exóticas para la silvicultura, jardinería y acuicultura. En los espacios humanizados priman especies exóticas. No deberían promocionarse más especies con potencial invasor. Con previsión evitando las consecuencias negativas de lo que ya sabemos, y con precaución considerando las tendencias del clima, que cambiarían a futuro la viabilidad de la flora. Los ecosistemas del futuro no serán nativos versus exóticos, sino nuevos e inesperados. El modelo de paisajismo, jardinería y forestaría urbana debe cambiarse por uno que represente un urbanismo regenerativo de la naturaleza. Mientras tanto, la verdadera amenaza no es tanto las invasiones biológicas, sino las culturales. Entre ellas las plantas de plástico, promovidas en un urbanismo biofóbico, una jardinería cosmética y vacía. Naturalizar en este caso seria “desplastificar”. Es un debate, en fin, que debe hacerse además de manera estructurada. Flaco favor se hace en las redes sociales, que aparecen como una forma rápida e inconveniente de simplificar, descalificar y hasta insultar, cubriendo los espacios de una discusión amplia, necesaria para la apropiación social de la biodiversidad urbana, en la cual lo exótico, incluyéndonos nosotros mismos, debería estar presente.
