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La reserva Thomas Van Der Hammen, en el norte de Bogotá, es una de las más peculiares del mundo. No por lo que tiene, que no es poco, sino por lo que puede tener, que es mucho. En escenarios de cambio ambiental acentuado, su valor ambiental podría ser irreemplazable. En torno a esta importante decisión, que sigue siendo un proyecto, esporádico o aplazado y ratificado en el Plan de Ordenamiento Territorial de Bogotá, se tejen recurrentemente confusiones, y no se mencionan alguna de las omisiones que la detienen en el tiempo como un proyecto profundamente vulnerable.
Es claro que la mayor proporción actual del uso de la tierra en este espacio solo corresponde parcialmente en los objetivos de conservación. Entre ellos servir de borde urbano naturalizado para beneficio de la ciudad, revitalizar los ecosistemas muy disminuidos de bosque y humedales, recuperar una conectividad ecológica en vilo, entre los cerros orientales y el río Bogotá, proveyendo un espacio irremplazable para generar beneficios directos a la población y para la adaptación al cambio climático. Los objetivos de conservación mencionados son altamente demandantes de una gestión pública renovada, que hasta hoy ha sido tímida e inferior a los retos y oportunidades.
Por eso seguir argumentando que no es reserva por lo que no tiene devela las intenciones de proceder a urbanizar. Los argumentos presentados de que solo tiene potreros o invernaderos parecen una deliberada confusión ante una ciudadanía que no entiende siempre el carácter de reserva de este gran polígono. La reserva Van der Hammen en su origen es un espacio de suelo rural que se reserva para detener procesos de urbanización, mientras se adelanta una agenda de manejo ambiental. Y es aquí en donde aparece la omisión, que de forma recurrente pone la iniciativa en una confundida discusión pública. Esta reserva de suelos para un proyecto ambiental estará amenazada a menos que se integre al Sistema Nacional de Áreas Protegidas (SINAP). La CAR, autoridad ambiental, la definió como “reserva forestal protectora productora”, figura que no se entiende en este sitio que no tiene suficientes bosques para un uso sostenible. Además, esta figura no hace parte reconocida del SINAP. En Colombia, las áreas protegidas que son declaradas por autoridades municipales no encuentran un lugar adecuado en el registro de áreas protegidas. Las áreas protegidas municipales, y sobre todo en este caso las urbanas, deberían hacer parte de un “subsistema temático de áreas protegidas” (según el Conpes 4050 de diciembre de 2021), cuyo desarrollo sigue pendiente. Una decisión administrativa podría darle paso así a la definición técnica de tipologías adecuadas de áreas protegidas municipales y urbanas, que recojan las iniciativas que ya existen y ayuden a desempantanar los proyectos que, como la Van der Hammen, siguen en el limbo. No es menor la oportunidad para para crear bosques urbanos como un tipo de área protegida de lleno al SINAP.
Mientras esto sucede la Van der Hammen, acaso con actividades esporádicas, seguirá en el limbo de la conservación. No solo porque el estándar de reserva no corresponde a lo que se desea que sea, sino porque el “plan de manejo” es ante todo una zonificación de manejo, y no un plan como tal. Una planificación con ganas de que pasen cosas en el tiempo, que las necesitamos, debería incluir una autoridad ejecutiva gerencial que permita ponerla en el lugar de innovación que corresponde. Un plan de implementación debería incorporar acciones claras y temporalizadas para la adquisición de aquellos predios que deberían pasar a domino público. Al ser un ecosistema compartido entre la CAR y el Distrito Capital, debería tener una comisión conjunta, y un comité de manejo con amplia participación, incluyendo la sociedad civil organizada, la academia e institutos de investigación, las comunidades afectadas y beneficiadas y el sector privado, que en ese sitio enfrentaría enormes retos de ecourbanismo.
Así las cosas, la discusión recurrente de que la Van der Hammen no es reserva por lo que no tiene sería reemplazada por una discusión fructífera frente a los valores de conservación que allí se van creando o recuperando. ¿Perderemos también esta oportunidad en medio de la confusión agenciada y de una inexplicable omisión? ¿Qué tal un paso administrativo contundente y presentarla ante el mundo en la COP16 como un enorme bosque urbano en proceso real de constitución?
