El 26 de octubre se elegirá la posibilidad de la izquierda de llegar a las elecciones de mayo del 2026 con un candidato sólido, decente y convincente, y sacar adelante un proyecto político socialmente solidario, políticamente limpio y esencialmente conciliador. Alguien que integre formas honestas y plurales de construir futuro, sin atropellar a nadie, sin venderle el alma al diablo, sin estigmatizar, sin avivar el hemisferio violento del poder y el contrapoder.
Sabremos ese día si los electores están dispuestos a plantarse de frente contra la corrupción del nefasto exalcalde Quintero, o si caerán en las trampas de este precandidato que ni siquiera debería estar ahí, porque además de las demandas por corrupción, peculados y una lista de delitos durante sus cargos públicos, Quintero no es un hombre de izquierda: no la representa, no la ejerce, ni mucho menos la enaltece. Quintero es una gran equivocación.
También está la doctora Corcho, una mujer beligerante e incisiva y, según dicen (no me consta), inteligente.
Durante la pandemia del 2020, el entonces ministro de salud y la alcaldesa de Bogotá lograron que no tuviéramos en Colombia cifras desbordadas de víctimas, ni miles de cadáveres apilados en bolsas negras en la puerta trasera de los hospitales y en los camiones cargados de muertos. Eso pasó en muchos otros países, aquí no. Pero la doctora Corcho no lo vio, y se dedicó a despotricar con un fanatismo envenenado; y parece que distorsionar la verdad y hacer política en medio del dolor le funcionó, y fue elegida ministra de salud por el actual gobierno. Desde su ministerio, y en contravía de las evidencias de médicos, sociedades científicas, academias, universidades y pacientes, la doctora Corcho nos dio una cachetada colectiva instaurando el principio del fin del sistema de salud. Incapaz de asimilar conceptos distintos a los suyos, y de concentrarse en corregir lo que estaba mal en vez de destrozarlo todo, echó a rodar un proyecto demoledor, sin que existiera un plan B para cuando llegara la debacle.
Hasta ahí, con esos dos, fatal.
Pero hay una gran luz en medio del anochecer. Está en la contienda el mejor senador de Colombia en 2025 (Panel de Opinión de la firma Cifras & Conceptos); se llama Iván Cepeda Castro, es un genuino hombre de izquierda por esencia, herencia, formación y ejercicio de vida. Es la única opción viable y sensata que tienen la izquierda y el centro izquierda, de ganar en mayo del 2026. Iván se ha enfrentado a titanes del mal y se la ha jugado toda por hacer que prevalezca la verdad; ha defendido la honra y dignidad de las madres de Soacha y la de sus hijos vilmente asesinados por militares; ha creado e inspirado movimientos por la defensa de la paz y ha librado batallas contra el olvido de la UP, el partido político exterminado en los 80 y 90 por delincuentes oficiales y para-oficiales. Iván Cepeda, filósofo conectado con la realidad tiene un discurso firme y conciliador; no tiene chequeras detrás de su campaña, pero sí mucha gente, aquí y en 19 países y 28 ciudades del mundo, que lo respalda porque sabe que él merece ser presidente de Colombia, y Colombia necesita ser dirigida por alguien capaz de concertar, que no le rinda culto a la violencia pasada, presente ni futura. Alguien que no desgaste un gobierno peleando contra él mismo y contra todos, y comprenda la diferencia entre ser prócer, caudillo y presidente; alguien con vocación de rescatar lo rescatable en cada uno, en cada una, porque el país no puede seguir siendo “El baile de los que sobran”.
Más que un nombre, el 26 de octubre se elige un estilo de hacer política y la posibilidad de sanar un país.