Hoy, uno de los trabajos menos comprendidos y más criticados por la mayoría de los y las capitales de Colombia, es el de ser negociador/mediador de paz: mover cielo y tierra para conseguir de manera concertada el fin de la violencia es visto por muchos como un desgaste de tiempo, de recursos y hasta del sentido de justicia. Cada vez que insistimos en demostrar que nuestra guerra no se apaga con baldados de balas ni con mochilas atomizadoras de glifosato, nos tildan de ingenuos, cómplices o soñadores. Nos juzgan desde cómodos escritorios de ciudad, en los que abundan las censuras y escasean las propuestas, porque el resorte del...
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