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En agosto, en un homenaje tejido por el cariño y la admiración, celebramos en el Gimnasio Moderno el centenario de Guillermo Cano Isaza, un hombre que marcó las letras y el pensamiento de cientos de periodistas; él escribió con su vida misma lo que significa ejercer un periodismo de verdad y por la verdad, en un país atravesado por décadas de violencias acumuladas.
El 17 de diciembre de 1986 el narcotráfico mató a Guillermo Cano; a pesar de las amenazas Guillermo nunca dejó de alertar en sus editoriales de El Espectador sobre la corrupción, el dolor y el horror causados por uno de los negocios más lucrativos y dañinos del mundo.
Don Fidel Cano Gutiérrez había trazado 99 años antes del asesinato de su nieto Guillermo, los derroteros de un periodismo independiente y comprometido con la verdad y la libertad. No con la conveniencia, no con los vaivenes de ningún tipo de poder, ni con las presiones de todo aquel (régimen, persona, sistema o negocio) interesado en callar la verdad.
La primera edición de El Espectador salió en Medellín el 27 de marzo de 1887. El encabezado: “Periódico político, literario, noticioso e industrial - director responsable Fidel Cano”. Era una publicación de 4 pliegos, 500 ejemplares y circulación martes y viernes. Liberal, en el sentido digno y original de la palabra.
Con los años vinieron la censura, los cierres, la cárcel, los incendios, y luego la bomba y el asesinato de Guillermo, ambos ordenados por los narcos. En Colombia decir la verdad es una actividad de alto riesgo, pero el periódico nació para no rendirse, y fuerte en sus convicciones y sólido en la ética de su ADN, ninguna mafia (política, criminal o económica) ha logrado callar su línea editorial.
La noche del 17 de diciembre de 1986 Guillermo (Don Guillermo, como le decían respetuosa y cariñosamente sus colaboradores), salió del periódico en su camioneta llena de regalos de Navidad. En un semáforo llegó la muerte; los grandes amos del narcotráfico no iban a permitir que alguien que los había combatido con tanta firmeza y con tanta razón, siguiera con vida. No eran épocas de paces dialogadas, y las balas se volvieron costumbre, como el más cobarde de los lenguajes traducido sin misericordia a 10 millones de víctimas. Décadas de odio legal e ilegal, del Estado, de los delincuentes, de la fuerza pública, las guerrillas, las extremas azules o rojas, la política, los corruptos y los insensibles. Décadas que nos marcaron para siempre y así como en 1893 Don Fidel estuvo preso por oponerse a la pena de muerte, hoy, oponerse al uso de las armas letales (públicas o privadas) también cuesta, y mucho.
Guillermo era un hombre bueno, libre en sus escritos y amoroso en su familia; risueño, carismático, flechado por su mujer desde el día en que la conoció. Era y sigue siendo un faro para nosotros; ejemplo de valentía, de honestidad y del periodismo ejercido como debe ser, sin amañes, sin tapujos ni sobornos disfrazados. Cuando lo mataron no quisieron acabar con una persona sino con un símbolo de la integridad y de la libertad de prensa; pretendieron acallar las denuncias sobre los entramados de corrupción que se tomaron buena parte del mundo financiero, social y político, hasta afianzar -en medio de una democracia insuficiente- la dictadura del dinero y del miedo; la dictadura de un país con victimarios sentados en el congreso o huyendo en el monte; la dictadura de ser el blanco de un fusil o tener el dedo en un gatillo.
Guillermo: el 17 de diciembre te sacaron de tu cuerpo, pero no hay tumbas para la verdad. Tus lecciones, tus palabras y lo que uno siente cuando piensa en ti, eso es imposible de matar.
Gloria Arias Nieto
Gloria.arias2404@gmail.com
