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El 12 de agosto de 1925 —año en el que nacieron Margaret Thatcher y Paul Newman, Mussolini decretó el fascismo como único partido en Italia y la simetría negra y dorada del art déco se tomó el mundo— nació en Colombia Guillermo Cano Isaza, un hombre que defendió con su vida la libertad de prensa y lideró desde sus páginas editoriales la más fuerte batalla intelectual contra las mafias del narcotráfico.
Con ayuda de amigos y copartidarios, su abuelo Fidel Cano Gutiérrez había fundado El Espectador en una casa desvencijada del Medellín de fines del siglo XIX; el 22 de marzo de 1887 se publicaron los primeros 500 ejemplares y don Fidel lo definió como “un periódico político, literario, noticioso e industrial” que empezó a circular martes y viernes. El Espectador se convertiría luego en un referente de la independencia editorial, de la libertad de opinión y el pensamiento liberal —cuando ser liberal era una convicción que honraba la democracia, la verdad y la rebelión contra lo convencional—.
Desde muy niño Guillermo aprendió a querer y a comprender al “abuelo que no conoció”; amó las letras desde siempre y recién graduado del Gimnasio Moderno se vinculó a El Espectador; aprendió ahí lo propio del arte-oficio del periodismo, escribió sobre temas culturales, políticos y deportivos, y creó el Magazín Dominical; su infancia y adolescencia transcurrieron entre el olor de la tinta y la textura del papel, linotipos, tertulias sobre literatura, justicia y humanismo, círculos de pensamiento y persistencia cotidiana para escribir, no lo políticamente correcto, sino lo humanamente ético, serio y veraz. Dirigió el periódico desde 1952 hasta ese horrible 17 de diciembre de 1986, cuando las balas del narcotráfico le quitaron la vida, y nos quitaron —a todos— la pluma de un hombre íntegro, valiente, lleno de sensibilidad y de pasión por lo justo.
Guillermo trabajaba en el periódico cuando mataron a Jorge Eliecer Gaitán, y ya era su director cuando Rojas Pinilla cerró el diario porque el dictador no podía permitir que un bastión de la democracia estuviera contándole al pueblo las verdades sobre las arbitrariedades y violencias cometidas por el régimen.
Tres años después del asesinato de Guillermo, el Cartel de Medellín arrojó contra el periódico una bomba terriblemente destructora; pensaron que con eso callarían la voz de quienes habían sobrevivido al director… pero ¡estaban muy equivocados! El valor seguía y sigue presente en el código genético de El Espectador, y es un ejemplo de integridad y resistencia, para el periodismo de Colombia y el mundo.
El centenario de Guillermo Cano es mucho más que la celebración de los 100 años del natalicio de un hombre insigne. Es la evocación del deber ser de un periodista, de un pensador, de un revolucionario sin más armas que las palabras. Es también recordar esa ovación en silencio, ese desfile de pañuelos blancos de un país vestido de luto, cuando los hermanos de Guillermo anunciaron en la puerta de la clínica que las balas lo habían matado, pero que seguían adelante.
Han pasado 100 años y suena como un eco de infancia la “Fidelena” de sus abuelos; esa casa de árboles inmensos y mangos de colores, balcones y fotografías de los antepasados. Una casa donde siempre había comida lista y un puesto en la mesa para los hombres y mujeres que llegaban pidiendo un poco de pan o una seña de justicia para no perder la fe en la humanidad.
Han pasado 100 años desde su nacimiento y 39 de su muerte, y la esencia de Guillermo Cano sigue latiendo con fuerza: no hay mordaza capaz de callar la convicción y la pasión por la verdad.
