Cuarenta y cuatro países conforman la flotilla de la Libertad, Global Sumud.
Desde el Mediterráneo los barcos le declaran al mundo que Gaza no está sola; en sus bodegas llevan medicinas, alimentos y agua potable; y en el corazón de sus tripulantes van solidaridad y respaldo con el pueblo de Gaza, y la protesta pacífica contra las tiranías imperialistas que ordenan y/o patrocinan el genocidio.
Global Sumud ha convertido el Mare Nostrum en un escenario de valentía y ayuda humanitaria; zarpó de Barcelona una rebelión sin violencia contra el “monstruo grande que pisa fuerte”; y se unen desde Túnez, desde Génova, Sicilia y Grecia banderas que no se quiebran ante los asesinos ni se contagian de los indiferentes.
Cuando nos atormenta la impotencia de no saber cómo ayudar a Gaza -y los grandes líderes y organizaciones creadas para proteger la vida y los derechos humanos no consiguen evitar que miles de niñas y niños, periodistas, médicos, rescatistas, ancianos, hombres y mujeres sigan muriendo de hambre y de bombardeos- la flotilla de la Libertad nos recuerda que no todo está perdido; que un puñado de activistas le teme más a la resignación que a las represalias, y que expone la propia vida para darle un portazo a la muerte y decirle a la franja más resistente del mundo, que la esperanza izó las velas y las banderas y va con paz y pan surcando el mar.
Sumud es una palabra árabe que traduce “perseverancia, resistencia y firmeza”. Implica dignidad y paciencia, permanencia en el territorio. Ese “quedarse y aguantar” que surgió hace casi 60 años cuando Israel invadió a Gaza y a Cisjordania, y miles de palestinos decidieron que a pesar de todo no se irían, se aferraron a su arraigo y en medio de la devastación cultivaron tierra y memoria, perseveraron en la crianza de los hijos y en la fortaleza de los recuerdos y resistieron ante la ocupación.
Sumud es una lección de valor, un símbolo de persistencia, un frente cultural y espiritual contra el abuso, contra el olvido y el destierro. Es un pacto contra la claudicación.
Por su parte, el ministro de seguridad de Israel ha tildado de terroristas a los navegantes, amenaza con llevarlos a prisiones de alta seguridad y decomisar las embarcaciones. Los tripulantes lo saben y persisten en la misión: sus barcos están hechos de madera, convicción y solidaridad, y al humanismo no hay maldad ni misil que lo doblegue.
Desde el 7 de octubre del 2023 han muerto en Gaza más de 60.000 personas y más de 150.000 han sido heridas por la guerra. Más de la mitad de los muertos eran niñas, niños y mujeres. El cerco brutal ha impedido la llegada de alimentos y medicinas, y los palestinos mueren de hambre y de sed frente a los ojos entreabiertos de un mundo que ha resultado inútil para detener el genocidio.
Netanyahu es un criminal que hace mucho debería haber sido capturado por alguna instancia nacional o internacional que tuviera un centímetro de sentido común y de respeto por la vida humana. Pero están los horrendos cómplices: los que lo protegen y le dan armas y recursos, los que tiemblan ante los chantajes, los que lo aplauden de pie, los que han hecho del exterminio una costumbre y de la invasión una forma de ejercer el poder. Los grandes sepultureros del siglo XXI, infames potencias enajenadas por la violencia.
Y están además la indolencia y la supuesta inocencia, que no son más que dos falacias muy parecidas a la cobardía.
A la flota de la Libertad respeto y gratitud, y al corazón de Gaza, abrazo y aliento desde esta Colombia que entre mares y montañas, lutos y esperanzas ha tejido hilo por hilo y piel a piel, su propio Sumud.