La salida de Diego Guevara como ministro de Hacienda ha sido vista como el presagio de una situación fiscal crítica. Siendo desafortunado el retiro, hay, sin embargo, asuntos de fondo que superan las discusiones sobre nombres y credenciales al frente del Ministerio.
En menos de tres años, el presidente Petro ha dejado de contar: con uno de los mejores economistas del país (Ocampo), verdaderamente comprometido con el Gobierno en su arranque y en el marco de un acuerdo nacional; con el líder del equipo económico de la campaña del presidente (Bonilla); y con un economista joven y serio (Guevara), declarado como economista heterodoxo en sintonía con las simpatías del presidente. Guevara, al igual que Bonilla, fue parte del equipo económico de la campaña del presidente, algo que suponía una señal de particular confianza con el jefe de Estado.
Infortunadamente, el mensaje se entiende así: la duración del nuevo ministro estará condicionada a que evite decir “no” a algunas pretensiones del presidente y del resto del gabinete. Preocupante. Y tragicómico que acierten las caricaturas burlonas que hablan del “Ministerio de haciendo: haciendo lo que el presidente diga”.
Estoy de acuerdo con que Hacienda no está para ser el opositor público del presidente; esto en línea con lo dicho por el ministro Germán Ávila. Pero sí debe ser contradictor en las discusiones privadas. La tarea inmensa de manejar la restricción fiscal hace que el Ministerio de Hacienda tenga que advertir y actuar para que no se confundan deseos o necesidades con posibilidades.
Las reglas básicas de la aritmética fiscal, de las que hacen parte ingresos, gastos y financiamiento, no pueden ser transgredidas ni por buenas intenciones, en el mejor de los casos, ni por terquedades políticas. No es un asunto de heterodoxia, ortodoxia o neoliberalismo. Con los recortes y los manejos de la caja, el papel del Ministerio de Hacienda es y será impopular frente a otros ministerios, y también es impopular frente a los ciudadanos cada vez que la cartera tiene que liderar un ajuste fiscal, sea con más impuestos o reduciendo gastos.
Muy delicado el escenario fiscal. En la columna pasada anoté que en materia de controles “se hicieron prácticamente irrelevantes las discusiones técnicas sobre la regla fiscal”. En 2024, el déficit fiscal pasó a ser casi 7 % del PIB, cuando cerró en 4,3 % en 2023. Solo fue atajado por las restricciones de caja, derivadas de un menor recaudo al estimado y aprobado por el Consejo Superior de Política Fiscal a finales de 2023. La deuda neta del Gobierno Nacional Central pasó de 54 a 60 % del PIB. De no hacerse un ajuste en el gasto, el déficit será mayor en 2025, si la caja se los permite. Y si la caja no lo permite, sería nefasto que una mala comprensión de la tarea del Ministerio de Hacienda lleve a una fractura del último muro de contención: el manejo responsable de la deuda.
Déficits elevados sostenidos y cualquier señal negativa en relación con el cumplimiento de los compromisos de la deuda elevarían los costos de financiación en los mercados internacionales, aumentarían las tasas de interés en Colombia y cerrarían espacio para el importante gasto social. Es prioritario evitar ese escenario.
* Exviceministro técnico de Hacienda y Crédito Público. Profesor titular de Economía de la Universidad Javeriana.
