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Este año no se cumplirá la meta de inflación de 3 % (con rango aceptable de 2 a 4 %). La inflación anual para noviembre fue 5,3 %, de acuerdo con lo reportado por el DANE el sábado pasado. Y antes de elaborar algunas ideas al respecto, que quede claro desde ya algo que parece imposible de creer para los más ortodoxos: no cumplir la meta es también un buen resultado, en especial en las circunstancias actuales de la economía. No hay razones para el pánico inflacionario.
No se debe olvidar que es normal que el rebote en el que se encuentra la economía colombiana (luego de la crisis de 2020) se evidencie en algunos cambios bruscos de los indicadores económicos. Estamos apenas saliendo de una economía paralizada que tocó suelo con una caída del PIB de cerca de 7 % y con una inflación de 1,5 % (por cierto, por debajo de la meta inflacionaria). Y así como no hay que cantar victoria con que el PIB esté creciendo al 13 % frente al año pasado, no es sensato tampoco escandalizarse con un aumento de los precios, resultado, en parte, por ejemplo, de un consumo privado postergado en restaurantes y hoteles —y con expansiones del gasto público—. Tan absurdo el excesivo optimismo con el PIB de 2021 como el excesivo pesimismo por la inflación. No hay evidencia aún de que estemos ante un fenómeno de precios que no sea transitorio.
Claro, sí hay preocupaciones válidas para tener presentes: 1) El efecto en los más pobres. La inflación en las canastas de consumo de los pobres y los vulnerables es superior al 6 % (más de dos puntos porcentuales mayor a la de los ingresos altos), debido a que el sector de alimentos y bebidas fue el que más contribuyó a la inflación de noviembre. 2) Es necesario un monitoreo atento a las expectativas de inflación. No puede permitirse que entremos en una situación en la que al esperar mayor inflación algunos suban los precios y terminen, de hecho, creando inflación. 3) Que parte del panorama del aumento de los precios esté explicado por el daño al tejido empresarial durante la crisis.
En cualquiera de esos casos, la atención de las preocupaciones está en una reactivación verdadera del aparato productivo, en los sectores agrícola e industrial, y con generación de empleo. No se trata, como intentan algunos, de buscar la fiebre en las sábanas, pidiendo que el Banco de la República suba la tasa de interés de intervención, que poco tiene de efectiva para controlar la inflación en las canastas de alimentos. Cautela y seguimiento sí, reacciones impulsivas de política monetaria no.
Y hay que tener la misma cautela al hablar de los aumentos del salario mínimo. Justo hace un año sugerí una estrategia con grados de flexibilidad dadas las altas cifras de desempleo de la crisis.
Mi recomendación para el 2022 se mantiene en la misma línea: no es momento para elevar el salario mínimo por encima de la inflación y los aumentos de productividad. En tiempos “normales” el país puede asumir riesgos con cambios más agresivos del salario mínimo, pero, cuidado, el desempleo y otros indicadores nos muestran que no hemos salido aún de los tiempos de crisis.
