Perros sin correa

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Gonzalo Hernández
11 de abril de 2017 - 04:30 a. m.
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En un supermercado, escucho: “Se solicita al dueño del perro pit bull que por favor retire al animal de la puerta para que las personas puedan salir”. El perrito estaba solo, sin correa y sin bozal.

Al llegar a la caja, me encuentro con el propietario del cuadrúpedo. Ante el reclamo que algunos le hacemos por exponernos al riesgo de un ataque y por infringir el Código Nacional de Policía y Convivencia, decide argumentar: “Él está muy bien entrenado, no muerde. Y no porque la policía lo diga yo debo obedecer”.

El anarquista, bastante flojo, ignora que el Código es expedido por una ley de la República y que la sociedad no está obligada a confiar en el criterio del dueño para determinar si el perro puede atacar a alguien.

No es la primera vez que escucho este tipo de argumentos que desconocen las ventajas de las leyes y de las normas sobre este tema. ¿Qué tal este?: “La correa y el bozal son un atentado contra la felicidad de los perros”.

Estoy de acuerdo con que todas las reglas estén siempre sujetas a la discusión académica, sin excepción. Además, en algunos casos, puede ser necesaria la desobediencia civil para derrocar a un dictador o para enfrentar aquellas disposiciones que, impuestas con arbitrariedad, minan los derechos humanos y la convivencia.

Sin embargo, el que los perros deban tener su correa no parece ser una regla que justifique la desobediencia civil, tampoco el que se les exija a sus dueños recoger los desechos de sus mascotas. El costo que ciertamente enfrenta el propietario del animal al atender estas orientaciones —incluso con el sacrificio de la felicidad y la libertad del canino— es bastante pequeño frente a los beneficios sociales: reducción en el riesgo de los ataques y los problemas de convivencia. De esta manera el beneficio social es la felicidad de los humanos.

¿Y si el dueño no está de acuerdo con esta valoración de los costos individuales en relación con los beneficios sociales? Puede discutirlo. Puede usar los mecanismos democráticos para tratar de revertir la regla; pero, mientras tanto, sin importar su interpretación, debe cumplir. Si cree que puede usar su anarquismo para justificar todas sus acciones, el desenlace puede ser el peor: intolerancia de lado y lado, conflicto, e incluso violencia si se encuentra con otro anarquista idiota que decide, por sus propias razones, transgredir los derechos del animal o de su propietario.

Hace poco les pregunté a unos amigos en Massachusetts, una de las burbujas liberales y progresistas del mundo, qué pensaban allá sobre el asunto de las correas de los perros. Sin dudar, dijeron que los dueños de mascotas piensan que las correas son apropiadas para la seguridad de los demás, de su propio animal y de ellos mismos.

Más allá de la conclusión, lo interesante es la motivación esencial de la respuesta: el bien común ¡Cómo nos falta ese elemento para evaluar nuestras acciones! Actuemos con civismo.

Coletilla. No es porque el animal sea raza pit bull. El Código Nacional de Policía, en su artículo 118 —Caninos y felinos domésticos o mascotas en el espacio público— dice: “…todos los ejemplares caninos deberán ser sujetos por su correspondiente traílla…”.

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