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No será la primera vez ni la última en que el impacto de una crisis social –como la derivada por la pandemia– sacuda el péndulo político, que se mueve de izquierda a derecha, con la posibilidad de que terminen atropelladas las ilusiones de una recuperación viable del país en favor de revoluciones con mucha pasión y poca razón –entre ellas las fascistas–.
El malestar de la gente, resultado de un empeoramiento intenso del bienestar social, con altas tasas de desempleo, pobreza y desigualdad, puede hacer que el poder político quede en algún extremo; por ejemplo, en el que incorpora con naturalidad en su discurso la sensibilidad social sin propuestas sensatas o en el que aprovecha la manifestación de la crisis en la inseguridad ciudadana para darle protagonismo a la mano dura sin corregir los problemas de fondo. Ambos extremos son populistas y nocivos: en su origen hay una brecha grande entre promesa y solución.
Y debe preocupar que por su naturaleza simplona ambos tengan ventaja en las contiendas electorales contemporáneas, muy dependientes del marketing político: ideas, propuestas, soluciones y eslóganes son tratados como iguales (y con pocos caracteres). El producto político de hoy es light, de bajas calorías y fácil digestión; no corre el riesgo de retar a los ciudadanos, menos de educar y, así como en los realities, deja abierta la sorpresa de que figuras sin mucha trayectoria puedan saltar a la fama. La política es una nueva sección de la industria del entretenimiento global.
Este asunto sería inocuo si no fuera por la fragilidad de las democracias. El show viene de la mano con concentración de poder económico, falta de acceso amplio a información confiable y bajos niveles de educación. Así es difícil hablar de una “libertad de elegir” de los ciudadanos.
Buena parte de la problemática es estructural y tomará tiempo atenderla. El país necesita mejores provisiones públicas para hacer verdaderamente democrático el ejercicio de los derechos políticos. Sin embargo, esto no significa renunciar a la tarea del futuro inmediato, en especial en vísperas de las elecciones de 2022. Es posible elevarle el costo al populismo, que ha dejado de ser responsabilidad exclusiva de los políticos para ser también de los medios que lo alimentan.
Pueden escalarse, por ejemplo, proyectos que promueven el periodismo de investigación, y que verifican datos, hechos y afirmaciones del debate público, tipo Colombiacheck. Me gustó ver en su página una tabla en la que se hace explícito quiénes son sus financiadores (así la información lleve a críticas) y la posibilidad de reportar si algunos de sus contenidos no cumplen con los principios de la Red Global de Fact-checkers. Buenas señales de transparencia.
En la misma línea, es posible una alianza fuerte de medios de comunicación y universidades para diseñar mecanismos que premien a los medios que (i) innovan en la oferta de contenidos de formación pedagógica política, (ii) le dan más espacio al debate y el análisis que al cubrimiento farandulero de la política, (iii) son totalmente transparentes acerca de sus dueños, clientes e intereses económicos y (iv) hacen preguntas serias e incómodas (sin sensacionalismo) a los candidatos sobre cómo esperan lograr lo prometido.
Sin afectar la libertad de empresa, puede influirse en la demanda y la oferta de contenidos de calidad. Esto puede ayudar a elevar los costos del populista y de paso, quizás, logramos que la política del país sea más importante, interesante y hasta entretenida para los ciudadanos.
