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En columnas recientes de El Espectador he recomendado un aumento conservador del salario mínimo para 2021, que luego podría ser incrementado durante el año dependiendo del desempeño macroeconómico del país y de los resultados de las utilidades de las empresas.
Esa estrategia flexible es mejor (más responsable) que fijar desde ya un rumbo, sin saber bien cuál será el escenario que el país enfrentará el próximo año en materia de creación de empleo.
El panorama actual, que sí se conoce, incluye: 3,7 millones de desempleados, informalidad creciente, 41 % de los desempleados buscando trabajo por más de seis meses, desempleo femenino diez puntos porcentuales mayor que el de los hombres (algo para pensar sobre el enfoque de género del salario mínimo) y desempleo juvenil cercano al 30 % en muchas ciudades. Frente a este panorama, la razón parece clara: no vale la pena correr el riesgo de desincentivar la contratación de nuevos trabajadores con un aumento de los costos laborales para las empresas o correr el riesgo de terminar, eventualmente, incentivando despidos.
Por otro lado, la revista The Economist, que no se ha equivocado al respaldar el uso de políticas fiscales expansivas agresivas (como parte del arsenal de mitigación de la crisis) y que aún hoy le asigna una probabilidad muy baja a una eventual etapa inflacionaria, advierte con razón la importancia de estar atentos a choques inflacionarios que podrían tomarnos por sorpresa. Estos choques conllevarían aumentos de tasa de interés por parte de los bancos centrales, que podrían luego frenar la recuperación estimulada hoy por la política económica.
Miremos esas ideas en relación con el caso colombiano y la discusión del salario mínimo. La inflación es actualmente bastante baja (1,49 %) y se encuentra por debajo de la meta del Banco de la República. La desaceleración de los precios es consistente con la recesión económica y con el choque severo sobre la demanda agregada (consumo, inversión, exportaciones, todos en caída). Hay que crear entonces inflación empujando la demanda agregada con políticas económicas expansivas de más gasto público eficiente. Ese empuje podríamos llamarlo, en el contexto actual, un empuje de inflación deseable.
Esto no significa, sin embargo, respaldar un aumento del 14 % en el salario mínimo de 2021. La inflación deseable es muy diferente a la inflación indeseable originada en el aumento de los costos de producción. Por ejemplo, nadie clamaría ahora por un fenómeno de El Niño para subir los precios, ¿cierto?
¿Para qué propiciar una inflación indeseable que limite las posibilidades de crear inflación deseable? ¿Qué sentido tendría generar hoy un choque inflacionario de costos que podría frenar mañana los efectos de la política fiscal y monetaria de reactivación? Se me ocurre la siguiente respuesta: ningún sentido.
Coletilla. Sobre el tema pensional, como me dijo un profesor de economía amigo, vale la pena pensar en el efecto sobre las cuentas de Colpensiones de los aumentos del salario mínimo por encima de la inflación. Las pensiones diferentes al mínimo suben solo con la inflación del año anterior, pero las pensiones con el mínimo suben con el salario mínimo.
* Ph.D. en economía, University of Massachusetts-Amherst. Profesor asociado de economía y director de investigación de la Pontificia Universidad Javeriana (http://www.javeriana.edu.co/blogs/gonzalohernandez/).
