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Pronto, en dos semanas, con mayoría de miembros nominados por el Gobierno Petro, la Junta Directiva del Banco de la República decidirá sobre su tasa de interés de intervención.
Reunión con un panorama que cambió y no solo por la configuración de la Junta: el espacio para reducir de manera sostenida la tasa de interés se ha venido achicando. Dudo que la cohesión de al menos cuatro miembros de la junta se conserve sólida para un escenario de reducción de 50 puntos básicos. Lo más probable es una disminución de 25 puntos o incluso que la tasa se mantenga en 9,5 %.
Son dos las razones principales. Primero, el descenso de la inflación se estancó en los últimos meses. La inflación de febrero fue 5,3 %, todavía por encima del límite superior del rango meta (4 %). Después de los tiempos difíciles de 2022 y 2023, con inflación máxima de 13 %, se dio un avance indiscutible en el frente antinflacionario —en parte porque se disiparon los choques de oferta que elevaron la inflación, en parte por el freno de la política monetaria—. En todo caso, el Banco de la República no puede renunciar a la tarea de culminar el ajuste.
Segundo, el déficit fiscal pasó de 4,3 % del PIB en 2023 a 6,8 % en 2024, generando presión inflacionaria. El Gobierno perdió la oportunidad de alcanzar una buena consolidación fiscal pospandemia. Como dije en una columna anterior, la mala herencia fiscal que recibió del Gobierno anterior se la terminará este pasando al siguiente. Curiosamente, los problemas de caja, derivados de la sobrestimación de ingresos fiscales para el 2024, y las fallas de ejecución evitaron que el déficit fuera aún mayor. Es decir, hoy el ancla del déficit y la deuda del Gobierno Nacional Central está en la disponibilidad de caja y no en la regla fiscal. Se hicieron prácticamente irrelevantes hoy las discusiones técnicas sobre esa regla.
Supongo que al argumentar en favor de una reducción de la tasa de interés se mencionará la reciente apreciación de la tasa de cambio, que alivia algunas presiones inflacionarias al evitar el aumento de los precios en pesos de los bienes importados. No obstante, veo pocas garantías para la sostenibilidad de esa apreciación. De hecho, la fragilidad fiscal pondrá presión en dirección de un dólar más caro.
Estará también sobre la mesa el comportamiento de la actividad económica. Aunque hay una débil creación de empleo, el desempleo ha permanecido estable. Las proyecciones indican que la economía colombiana crecerá entre 2,5 y 3 % en 2025. Esto les dará a varios miembros de la Junta refuerzos para seguir inclinados por una posición conservadora frente a eventuales reducciones de la tasa de intervención. Dirán: no vale la pena correr riesgos en este momento.
En síntesis, como ya he dicho en otras ocasiones, la reducción de tasas que pide el presidente Petro para estimular la economía depende del compromiso fiscal. Si hay ligereza en ese compromiso, el Banco de la República tendrá que operar con mayor cautela, por no decir contrapeso. En buena medida, ese mecanismo implícito de coordinación de la política fiscal y la política monetaria es el que los inversionistas reconocen como fortaleza institucional.
* Exviceministro técnico de Hacienda y Crédito Público. Profesor titular de Economía de la Universidad Javeriana.
