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El respaldo popular a la candidatura de Petro y Márquez fue fuertísimo.
Millones de votantes en el corazón de las regiones y de las comunidades campesinas, negras e indígenas, así como amplios contingentes de jóvenes en las ciudades, los llevaron al poder.
Yo no voté por ellos, pero no puedo ser ciego ni sordo ante lo que ha pasado. Por lo menos en lo que yo llevo de vida civil y política, como votante, nunca había visto una porción tan grande de la población colombiana conmovida y esperanzada de esta manera.
Me viene a los labios la palabra albricias. En este caso, para reconocer que algo ha pasado que trae ilusión a millones de personas.
Estoy persuadido de que el carácter y la historia de Colombia nos ponen a salvo de las profecías y los vaticinios más oscuros, que ya empiezan a llegar de parte de los derrotados. No creo que haya el menor chance de que la llegada de Petro a la presidencia vaya a lastimar el régimen democrático o a reventar el sistema económico.
Lo que sí creo, o quisiera creer, es que de repente han surgido en el país las condiciones históricas para lograr torcerle el espinazo un poco a circunstancias seculares de injusticia, pobreza y violencia.
El comienzo para mí, lo que demando del nuevo gobierno, es que pacifique a Colombia. Eso es lo primero y lo más importante. Que cesen los asesinatos de líderes y lideresas sociales, y de desmovilizados en proceso de reincorporación. A mi entender esto sólo se consigue si se implementa el Acuerdo de Paz, se fortalece y se respeta el sistema de justicia transicional, y se encuentra una forma de lidiar con el problema del narcotráfico.
Los dos primeros elementos son un asunto de voluntad política y respeto por el orden constitucional. El tercero es una incógnita, pues todo lo que han hecho los gobiernos de las naciones del mundo hasta el momento, sobre la base de la represión y la persecución, no ha servido. De hecho, ha sido contraproducente, pues nunca como hoy las mafias y los carteles del narcotráfico han sido más poderosos y han contaminado y degradado más la vida económica, social e institucional de las naciones del mundo entero.
Colombia no puede, ella solita, despenalizar el consumo de drogas, eso es claro, pero ¿será Petro el hombre que encuentre el mecanismo para lograr un arreglo con los criminales y pacificar las regiones y las ciudades?
Yo lo intentaría si estuviera en mis manos. Mientras insisto en las políticas públicas para darle al consumo el tratamiento que debe tener, el de un asunto de salubridad pública, buscaría un arreglo con los criminales que trafican con la droga.
Les daría unas áreas para el cultivo de la coca y les compraría la producción, todo a cambio de que no asesinen a los y las colombianas en los caminos y las veredas, y de que desistan del microtráfico en las ciudades. Si otras naciones de la región siguen ese camino, tal vez la cosa cambie.
Esa una idea en obra negra, lo sé, pero hay que buscar soluciones de ese tipo. Hay que pacificar a Colombia y salvaguardar la vida. Cada vida que su corta, ya no retoña más.
