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En mi insondable candidez, pensaba yo estos días, mirando en la televisión las inundaciones en La Guajira, si no sería posible embalsar toda esa agua, tratarla y purificarla. Para que la gente bebiera, los ganados bebieran, y se regaran aunque fuera los cultivos de pancoger.
Todo el año, todos los años, La Guajira, los chiquitos, los ancianos, las madres embarazadas, muertos de sed. Pasan y pasan los tiempos y los gobiernos, y siguen muertos de sed. Hay niños y niñas que tienen que hacer jornadas de seis horas en burro, todos los días, para traer a sus casas un poco de agua. Se mueren por decenas los bebés de enfermedades asociadas a la desnutrición, al hambre, a la sed.
Y de repente, los ranchos, los apriscos, las huertas, los caminos, todo inundado. Un agua carmelita, abundantísima. ¡Qué ironía! ¡Qué burla del cielo! Botar el agua así, dañando a los indígenas, a los campesinos, en lugar de dejarla caer como una pluma viva y fresca en las bocas. Cuando se le necesita.
Embalsar el agua que dejó la terrible tormenta… Ideas de un iluso, cosas absurdas…
Y claro, otra vez vuelvo a caer en la cuenta de que siempre he tenido esa falla en el carácter. Toda la vida. Me inclino a lo improbable, a lo irreal, a lo irrealizable. Sueño, cándidamente…
Por estos días, también, he pensado que el señor Lafaurie y los ganaderos no solo quieren vender las tierras que no están usando, que son improductivas para ellos en alguna medida; no solo quieren hacer un gran negocio con la plata del Estado, sino que quieren de verdad ayudar al Gobierno con su proyecto agrario, con su política de tierras y de producción de alimentos. Y de justicia social, para usar la frase de cajón.
Y echo para atrás en la mente, con todas mis fuerzas, el recuerdo más acuciante –como tirándolo en un cuarto de san alejo, polvoriento, oscuro– el recuerdo, digo, la idea de que en el pasado es posible que algunos de esos ganaderos se hayan aliado con los paramilitares y hayan despojado de sus tierras a muchos campesinos. Es posible. Hay opiniones de gente informada y juiciosa, que dicen que es posible. Y eso nunca se ha aclarado. Los procesos judiciales no llegan a ninguna parte y los posibles autores de esos crímenes callan. No dicen nada. No dicen si es verdad o no. Como si lo conveniente fuera dejar que pasaran muchos años y todo eso se olvidara. O los campesinos por fin se agotaran de reclamar.
El hecho es que bastante más de la mitad de las tierras aprovechables del país son de ellos, de los ganaderos. Muchos, la inmensa mayoría, las han adquirido bien, lícitamente, ¡pero es mucha tierra en ganado! Y mucha en pocas manos. Eso es así. Un gobierno que quiera redistribuir un poco la tierra y producir más alimentos y valor agregado no está diciendo nada absurdo. La cosa es que no tenemos los $60 billones que vale comprar esas tierras. De repente se necesita de cierto talante de los ganaderos, de cierta actitud, sobre todo de los grandes propietarios, para que esto salga bien.
En fin…
Ojalá esto de los ganaderos y los tres millones de hectáreas no sea como mi sueño de embalsar el agua de las tormentas.
