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La semana pasada, en Yakarta, dijo el papa que las parejas deberían tener hijos continuamente. Todos los que les lleguen. Y que no era una buena conducta tener pocos, ni mucho menos tener mascotas en lugar de hijos. Y descalificó el comportamiento de las parejas que actuaran así.
Pero, ¿en qué mundo vive Su Santidad?
Se entiende la admonición del Libro del Génesis, aquello de “creced y multiplicaos”, pero eso habría sido dicho hace milenios, cuando la tierra era vastísima e inhabitada. Entonces, sí, “henchid la tierra y sojuzgadla” y todo eso tendría un sentido, no solo religioso sino profundamente humano, con una tesitura poética, simbólica...
Pero, ¿hoy en día? Que un papa o cualquier sacerdote de cualquier religión conmine a las parejas a tener hijos continuamente es una barbaridad. ¡Lo que dijo Su Santidad fue una burrada! ¿Cómo va a decir eso?¿Es que no ve que, a lo largo y ancho de este mundo inclemente, la pobreza y la miseria y la desesperanza golpean y degradan sobre todo a quienes tienen más niños que proteger, que criar y que levantar?
Pero, además, la ciencia ha comprobado y lo ha advertido de todas las maneras que el futuro mismo del planeta y de la especie humana depende en inmensa medida de contener la explosión demográfica. Justamente. ¿Cómo va a decir eso el papá? ¿A qué está condenando a la gente y a las familias y a las comunidades? Es que esto fue dicho por “el vicario de Dios en la tierra” y oído por el mundo entero, esto entra muy hondo en el alma de los creyentes y tiene ramificaciones inconcebibles.
Ahora, venga usted como sacerdote o miembro de la jerarquía de cualquier Iglesia, a decirle a una mujer que tiene su pareja, que está obligada a tener hijos. ¡Hágame el favor! Como si el propósito de las relaciones sexuales de esa pareja, o de cualquier par de seres humanos que quieren acercarse y amarse, fuera exclusivamente la concepción de hijos. El deseo sexual, el amor carnal, es como beber agua, como respirar. Es una forma de la hondura y la dicha y hasta de la desesperación, la clemencia y la ternura humanas. No tiene nada que ver con la procreación, ¡nada que ver!
Ah, los hombres, los patriarcas, los jerarcas de las Iglesias, qué despistados son, qué mal pueden hacer, qué cantidad de mal y de confusión y de culpa han creado en este mundo. Los varones no tenemos ni idea de nada. No tenemos ni idea de lo que pesa un embarazo, de lo que transforma, de lo que consume, de lo que modifica irremediablemente. No sabemos, no tenemos ni la menor idea, de lo que le cuesta a una mujer, de lo que tiene que sacrificar o que posponer o que cancelar, para siempre. Y eso, ¡queriendo el embarazo! Imagínense ahora, embarazada por la fuerza.
Esto que dijo el papa es tan deshumanizado, como lo que dijo la Iglesia católica respecto al uso del condón para prevenir el SIDA, en comunidades del África donde la enfermedad se expande.
¡En su momento lo prohibió!
