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Estoy en tierra extraña.
Y oigo las noticias de mi país y el dolor es aún mayor. Siguen asesinando a la gente. En Arauca, en el Cauca… Y el Gobierno que no aclara lo de la operación militar en Putumayo. Siguen el presidente y el ministro de Defensa simulando.
Y vuelve a salir el ministro de Hacienda diciendo que vamos a crecer no sé cuánto por ciento y que somos un país espléndido con un Gobierno espléndido.
Pero ministro, ¿y los millones de compatriotas que tienen hambre? ¿Y desesperanza? ¿Los millones que no tienen un mañana, una escuela, un hospital, un trabajo digno, una casa, una cama? Una gestión magnífica la del ministro Restrepo. Seguro pasará a la historia. En todo caso, al término de su período, tendrá muy buenas ofertas de trabajo. ¡Qué carrera ha hecho!
Ese señor debería ser más respetuoso, más íntegro, más cauto.
El presidente Duque fue a la ONU y tuvo el cinismo y la desfachatez de presentarle a la comunidad internacional un informe (¡y un libro!) sobre su éxito incuestionable en la implementación del Acuerdo de Paz. Ahí se dio mañas el hombre. Sibilinamente, mencionó programas y cifras y eslóganes, y acomodó todo para decir y afirmar lo que todos sabemos que es mentira: que él haya tenido alguna vez la convicción de que eso era bueno para Colombia. Ese proceso de paz, esa desmovilización de 13.000 guerrilleros, ese intento de hallar una salida a la violencia feroz de nuestro país.
Lo más irónico es que tuvo que ser el embajador ruso —¡háganme el favor! —, el que le respondiera que no dijera eso, que no hiciera esas afirmaciones. Que su “paz con legalidad” era un…, no sé qué palabra usó exactamente, una entelequia, un subterfugio o algo así, para poder pasarse el Acuerdo de Paz por la faja. Palabras más, palabras menos. ¡El embajador ruso! ¡Un burócrata ruso, en los tiempos que corren, haciéndole al presidente de Colombia señalamientos éticos y morales! Y lo peor de todo, ¡con razón!
Y lo que era importante verdaderamente, que hablaran ante la ONU representantes de las víctimas de medio siglo de violencia y de desprecio del Estado colombiano, no sucedió. El mismo presidente Duque se encargó de que no se pudiera, de que no hablaran. Claro, no fuera que el organismo internacional se enterara, por boca de los y las que realmente han sufrido en los huesos y las vísceras esta guerra horrible que no cesa, de que, en Colombia, los asesinatos durante este gobierno se cuentan por cientos, y de que hay desplazamientos, confinamientos, expoliación y miseria.
Imagínense ustedes, ¿qué importancia puede tener la reciente aparición del presidente Duque ante la ONU? ¿Quién le cree una palabra de lo que dice? El propio representante de la ONU en Colombia tuvo que hacer milagros para presentar un informe que no fuera decididamente condenatorio, descalificador de las acciones y omisiones del Gobierno, y sobre todo, alarmante de cara al porvenir.
En fin. Duele más, da más rabia todo estando lejos.
