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Ahora han asesinado a los niños Daniel y Salomé en Ciudad Bolívar. Cuántos niños han matado en “este país de todos los demonios”. Los niños mueren porque el Estado es inepto e indolente.
Ahora me viene al corazón Breiner David, el niño indígena que quería salvar al mundo y sus bosques. Me pesan sobre la espalada los nombres de los niños que se están suicidando en el Chocó para no ser reclutados por los narcotraficantes. Me ensombrece el recuerdo de los niños que el Ejército Nacional ha matado con sus bombas y sus aviones. Me angustia la voz de las niñas que son violadas. Me duelen todavía los niños que murieron quemados dentro de su casa de varas de madera. Y los que se ahogaron porque estaban muy cerca de un río que se salió de madre.
Somos un país vil y miserable que no cuida a sus hijos.
Como cualquier colombiano o colombiana, miro la manera en que hemos tratado a los niños y siento vergüenza. Siento vergüenza hasta de escribir estas palabras, de no hacer nada proteger a los niños, de no significar absolutamente nada delante del dolor de sus familias.
Vuelvo a ver los ojos claros de Daniel y me dan ganas de dar alaridos. Solo salió a llevarle unas prendas al sastre. Para que las arreglara y la madre las pudiera vender. Vuelvo a ver los moñitos y la nariz de Salomé y me dan ganas de meterme debajo de la cama.
Ahí están los dos, ahora, en ese cartel que cuelga cerca del CAI, delante de las madres y de la comunidad que está con dolor y con miedo. La comunidad de Arborizadora Alta. El sacerdote dice su letanía y algo de consuelo lleva. Los políticos no llevan ningún consuelo. Es mejor que no vayan. Hagan sus consejos de seguridad y sus planes “candado” que tan poco protegen y que tan poco salvaguardan y que en todo caso llegan siempre tarde. Los niños caminan solitos, a todas horas, por las calles y los solares. Los funcionarios del Gobierno y del Distrito no pueden verlos.
Sí. Hemos construido un país y un Estado que de muchas formas es vil y miserable. Que permite que violen y asesinen a sus niños y niñas. Que permite que se destruya el aire y el agua que era de ellos, de los días y los ríos y los árboles de su porvenir. Que permite que cada vez haya más pobreza y que ellos pasen hambre y no puedan sentir crecer sus brazos y sus piernas.
Sí, hemos creado muchas maneras, muchas formas de la injusticia, de la ignominia. Pero la que más duele, es la que se ejerce sobre los niños. La maldad y la indolencia con los niños, debe de ser una de las versiones del infierno sobre la tierra. Debe de ser la condenación y el lamento interminable de nuestra culpa. Delante de nuestros ojos y durante los días de nuestro tiempo, el que nos tocó, el que malgastamos, el que no usamos para cuidarlos y darles felicidad.
De verdad, a veces en Colombia siente uno que no hay esperanza.
Yo lo que quisiera hacer ahora, si me preguntaran, es no volver a hablar, no volver a escribir nada. Como dije en alguna parte, quisiera irme a la Avenida Jiménez, por ejemplo, y tirarme en la calle y abrir bien la boca para que la lluvia me la llene de barro.
