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El Estado colombiano no es capaz de proteger a la ciudadanía de la violencia del narcotráfico. Los hechos de Arauca, tan dolorosos y tan angustiantes, son otra evidencia más. El sufrimiento de la gente. Los niños, las mujeres, las familias, las comunidades.
Tropas, consejos de Seguridad, armas y equipos, inteligencia militar, visitas de los dignatarios del Gobierno, nada han logrado. Yo creo, en mi fuero personal, que es una lucha perdida, la de las drogas, pero ese es otro asunto. Lo que interesa es la gente, la vida, el sosiego de los colombianos, que el Estado no es capaz de garantizar.
Hoy en día es difícil hacer distinción entre las bandas de narcotraficantes y el Eln o las disidencias de las Farc. Todos parecen meros narcotraficantes y criminales. Pero el imperativo es pacificar a Colombia, parar la violencia, proteger la vida, preservar a la gente, salvaguardar los territorios. Eso, más que apegarse, como ha hecho el gobierno durante tres años largos, a nociones maniqueas de la justicia, del castigo debido, de la moral. Es necesario ser flexibles, dúctiles, tratándose de cómo lograr la paz en Colombia. Y lo que hay que hacer por ahora, según entiendo, es evitar un asesinato más, una muerte más, una familia más desplazada y aterrorizada.
Por eso hay que insistir en reanudar los diálogos con el Eln. Es lo único que de forma inmediata podría dar frutos en materia de aminoramiento de tanta violencia. Allá están ellos en La Habana, los cuadros políticos de esa organización, y hay países garantes, y, querámoslo o no, se les concede internacionalmente un estatus político. Es decir, es posible negociar con ellos, hablar, concertar una tregua, ante la mirada de unos observadores.
Pero ya, ya mismo. Mande ya el presidente Duque una comisión del Gobierno a que se siente con los del ELN y acuerden una tregua en estos meses finales de su mandato. Nadie espera que en tan poco tiempo consiga que se desmovilicen. Ya vimos todo lo que se necesitó en el proceso con las FARC. Pero sí es posible pactar un cese de la violencia en todo el territorio. Y con indudables bondades para la población de los territorios más golpeados, como el Arauca.
Además, si Duque deja ese proceso en marcha, por precario que sea, pero con el resultado práctico de haber conseguido una tregua real, un cese constatable de la violencia, el próximo gobierno puede seguir desde allí. Y vamos avanzando un poco, saliendo a algún llanito. No más gritos de “amor patrio”, no más “ajúas” ni pendejadas de esas, no más defensa de la justicia en abstracto, tan discutible como inalcanzable.
Que el Gobierno piense en la gente. Simplemente. En el llanto, en el miedo, en el dolor. Después escribimos el manual de la ética perfecta y del legado moral de los prohombres y los grandes estadistas. Estos meses, hasta el cambio de gobierno, van a ser terribles. Van a ser sangrientos. Vamos a sufrir inmensamente como sociedad, como colombianos.
Qué bueno fuera que el presidente Duque hiciera lo sensato esta vez. Hiciera lo inesperado esta vez. Y le diera a Colombia un chancesito por la paz. Y de paso, le diera un poco de lustre a su opaco paso por la Casa de Nariño.
