En el momento en que se entroniza a Dios en el manejo de los asuntos públicos, lo que se puede esperar es mucha sangre, persecución y violencia.
Como dijo alguien, llega un momento en que no basta la represión del Estado, es necesario echar mano de un poder ficticio. Nosotros somos los llamados, los iluminados, y te perseguimos y te matamos porque estamos investidos de un poder ultraterrenal. Eso pasa en Afganistán hoy en día, con los que llegaron al poder en nombre de Alá. Y pasa aquí cerca también, por ejemplo en Venezuela, donde el tiranuelo Maduro se adueñó del país en nombre de un poder que supuestamente le confirió la historia y que vendría de nadie menos que de Simón Bolívar. ¡Esa es la mentira, la ficción!
La religión, tan explicable, tan humanamente comprensible en el ámbito íntimo y personal —si Dios existe, quién es; si Dios no existe, quién soy, decía un famoso escritor italiano—, la religión, digo, es la mayor plaga que pueda concebirse cuando es usada para dominar y oprimir a los demás. Esto tiene un largo prontuario a lo largo de los siglos. Por eso la única salida es un Estado laico, con unas leyes que regulen las relaciones de los ciudadanos con ese Estado y entre ellos mismos.
Todo lo que se haga en nombre de la religión para juzgar, descalificar, condenar o satanizar a los demás trae injusticia, violencia y persecución. Cuánta sangre se ha derramado en defensa de Dios. O de Alá. Cuánta gente se ha degollado y quemado y asesinado. Nada que dé más miedo que los sacerdotes de cualquier culto metidos a gobernantes, a teócratas.
Y tengan ustedes la seguridad de que entre los oprimidos siempre hay alguien más oprimido que todos: las mujeres. Muchos credos religiosos las han condenado, en diversas etapas de la historia, a estar sojuzgadas por los hombres, a encerrarse, a taparse, a no estudiar ni trabajar, a no hablar ni opinar, a no reírse ni cantar, a no poder besar con pasión ni gozar del amor. Y la forma más desgraciada de oprimirlas, esta sí vigente en Colombia y en muchas sociedades actuales, es obligarlas a gestar hijos y a parirlos así no lo quieran. La religión, todas las religiones monoteístas por lo menos, condenan el aborto, lo que es a mi entender la forma más cruel de doblegar a una mujer, de partirla en dos. Tomando violentamente posesión de su cuerpo. Y de su corazón y de su destino.
¿Qué les espera a las mujeres y a las niñas en Afganistán? Se llena uno de angustia pensándolo.
¿Cuánto tiempo más seguirá la religión persiguiendo a las mujeres? Juzgándolas, manchándolas con los pecados que se ha inventado.
Yo oigo al presidente Duque invocar a la Virgen y me doy cuenta de lo mal que estamos. De lo retrasados que estamos. De los abismos y los precipicios que bordeamos.
No, no me hables de la Virgen de Chiquinquirá, mejor haz lo que debes hacer: defiende la vida, defiende la libertad, defiende la justicia y la igualdad más elementales. No reces ni invoques tanto, sé un ser un humano de verdad, con hondos sentimientos, con hondos motivos éticos. No religiosos.
Esos guárdatelos para tu casa.