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Fue un buen día el pasado domingo, a pesar de todo lo que pasa aquí.
Para empezar, no llovió. Alguien decía, cuando se largaba a llover: “llueve como en las mejores páginas de la literatura colombiana”. Pues sí, tal vez sí llovía mucho en La María, en La Vorágine, en Cien años de soledad…
Pero el sol volvió por fin. Y relumbraban las flores de los alcaparros, el terciopelo blanco de los magnolios, las pepas rojas de los jolis, las hojas moradas de los eucaliptos, el pasto suculento rodeado por la tierra oscura…
Desde la noche del sábado estaba yo ansioso porque nos habían citado para la vacuna de refuerzo. Con más de 60 años de edad, nos tocaba ponernos la tercera dosis. Veía yo las colas en la televisión y me llenaba de inquietud. Había que prepararse para horas y horas de espera. Y parado todo el tiempo, y el dolor de espalda...
En fin. Pues, la vacuna, ¡nos la pusieron en medida hora! Nos la puso Compensar, cerca de Corferias. Ya nos había puesto las dos primeras, también en un proceso sencillísimo y ordenado. Y eso que no es nuestra EPS. De la mía, de Aliansalud, poco he sabido.
Yo estaba agradecido con el Estado colombiano por protegernos. Sin que hubiéramos tenido que pagar nada, nos protegió del terrible virus que infunde tanto miedo, o por lo menos a mí. A mí me da esa enfermedad y me mata. Sin duda. Pues mi país me protegió. A mí y a mi esposa. Y estoy agradecido. Acaso con el ministro Ruiz, acaso con la alcaldesa, no lo sé. Lo que está claro es que hasta donde es posible, Colombia me ha protegido del COVID-19.
Cuando unas horas después salí a caminar con la perrita de mi casa, Mila, no más llegar a la carrera 15 empezó a tocar un grupo de salsa de tal calidad, de tal sentido musical y gracia, de tal talento por parte de los instrumentistas, que me senté contra un árbol, dispuesto a oír todo el concierto. Qué cantante, qué trombón, qué trompeta, qué conga, qué timbales, qué teclado. Una cosa de una perfección y una calidad raras. De verdad. El momento iba en crescendo y cuando llegaron a Cali, pachanguero, sentí una felicidad que me oprimía el corazón.
La gente allí, en la plazoleta frente al Illy, todos, empezamos a acercarnos más y más, a rodear a la banda. ¡Qué emoción tan grande! Y era otro regalo del domingo. Y en rigor, otro regalo del Estado, o por lo menos de la ciudad. Todo gratis, para la gente, para el domingo de la gente. De los bogotanos y las bogotanas. Como las vacunas.
Cuando llegaron a Llorarás y llorarás y las mujeres se pararon a bailar entre ellas, o solas, yo miraba las caderas y las risas luminosas y se me salían las lágrimas. ¡Qué momento de felicidad! ¡Qué tremendo grupo de salsa!
Lo trae el distrito y se llama La 4K Orquesta. Si usted la oye, va a sentir a este país vibrando. Suena tonto, pero sí, siente uno a Colombia vibrando. Esta música, un domingo, en la calle, es una forma muy intensa de sentir a Colombia.
Así es. Buenos regalos del domingo, en medio de tantos dolores y tanta desesperanza. La vacuna de refuerzo, la música que se expande y lo llena a uno, y el sol bogotano.
