Más de siete millones de venezolanos y venezolanas han salido de su país estos últimos años por culpa del régimen de Nicolás Maduro y sus amigos. Si puedo hablar con total honestidad, si puedo decir aquí lo que siento en las entrañas, yo creo que se trata del Gobierno ilegítimo de unos facinerosos que posan de estadistas.
¿Cuánto cuesta al mes ese gobierno espurio? Porque es necesario mantener a sueldo a mucha gente. Militares, jueces y magistrados, periodistas, propagandistas, políticos, espías y esbirros, empresarios, fuerzas secretas de seguridad, en fin... Lo que debe costar mantener ese aparato de corrupción al mes. Millones y millones de dólares. Con razón se “chuparon” el erario público, a PDVSA y casi toda la industria, el sistema de salud, todo. Debe de costar un potosí al mes pagar y sobornar a tanta gente.
Yo entiendo que el Estado colombiano no sea el llamado a restablecer el orden democrático en ese país. Tampoco Estados Unidos, con su sibilina política internacional. Eso le corresponde al pueblo venezolano. A nadie más. Y entiendo que el Gobierno colombiano, para asistir y proteger a cientos de miles de nacionales, tenga que entenderse comercialmente, políticamente, incluso diplomáticamente, con Maduro.
Pero ya ven ustedes, en estos días dijo Diosdado Cabello, segundo al mando, que ellos se estaban disponiendo a permanecer en el poder unos doscientos años más. El hombre tranquilo. No le temblaba la voz diciendo eso.
Yo no sé una palabra de geopolítica ni de diplomacia internacional. Yo solamente miro a la gente. Sobre todo a las mamás venezolanas con las que he tenido relación en los últimos cinco años. Siempre sentadas en los muros o en el piso, derrengadas, con un enjambre de niños prendidos a la cintura. Eso es lo único que sé. Que les tocó irse de su país porque ellas y sus hijos se estaban muriendo de inanición. Ya muchas ni siquiera están aquí. La mendicidad en Colombia las agotó hasta un nivel inconcebible. Y decidieron atravesar la selva del Darién y jugarse una vez más la vida. Tratando de llegar a México y de que allá un centro migratorio las ubique en Estados Unidos. Todo al azar, no hay nada garantizado. Cientos de personas mueren atravesando esa selva. Y estas mujeres con sus niños…
No sé nada de Ashly, de Ninoshka, de Rosebely, de Rosemary… Ni de sus niños. Me imagino que pronto se irán también Yoxelis y María, con Sofía y Luna. Y otras más. Y jamás las volveré a ver, jamás sabré si lograron “pasar”. Si están vivas o no. ¡Qué angustia tan grande!
Y mientras tanto estos gánsteres ahí. Tranquilos. Robando y robando. Y persiguiendo y torturando y desapareciendo y mintiendo y simulando.
Y las mamás y los niños en la calle. ¡Siete millones! ¿Cómo puede uno tener la piel tan gruesa? Saber que siete millones de connacionales se tuvieron que ir porque uno y sus amigos hicieron invivible un país. Y tener el cinismo de decir que se preparen, que viene 200 años más de lo mismo.