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El llanto de “Timochenko”

Gonzalo Mallarino Flórez

28 de noviembre de 2023 - 09:05 p. m.

La semana pasada se cumplieron siete años de la firma del Acuerdo de La Habana, suscrito por el Estado colombiano y las FARC. En virtud de lo ahí pactado, más de 13.000 combatientes de esa guerrilla se desmovilizaron. A pesar de que más de 400 de ellos han sido asesinados después de la firma, la enorme mayoría sigue honrando el compromiso de no retomar las armas.

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Con el Acuerdo, además, nacieron la JEP y la Comisión de la Verdad, que son, a mi entender, dos ideas venturosas de cómo es posible, si es que es posible, pacificar a una nación como la nuestra que prácticamente ha estado en guerra durante 200 años.

El día de la ceremonia conmemorativa, que tuvo lugar en el Centro de Memoria Histórica, Yamid Amat entrevistó en su programa a Rodrigo Londoño “Timochenko”, quien fue el comandante máximo del grupo subversivo.

En un momento dado de la entrevista, en vivo, los ojos de Londoño se anegaron de lágrimas. Estaba viendo imágenes de la ceremonia ocurrida unas horas antes, particularmente el momento en que cantaba un coro infantil del que hacen parte niños nacidos durante estos siete años, hijos de guerrilleros y guerrilleras que se desmovilizaron. Él estaba presente entre los niños y niñas, lo mismo que el expresidente Juan Manuel Santos.

El hombre lloró viendo eso. Parecía genuinamente conmovido. El propio Yamid pareció turbarse un poco también. Yo me conmoví, igualmente, viendo a los niños, pensando que esos chiquitos nacieron después de la firma y que ahora tienen un porvenir. Tal vez ni siquiera hubieran nacido, si sus padres siguieran en el monte en guerra contra el Estado. Es muy posible que no existieran. Pero existen, qué caras tan bonitas, tan nuestras, los ojos tan luminosos, las risas, las manos pequeñas y dulces…

Fue muy emocionante, en verdad.

Y después pensé en las lágrimas de “Timochenko”. Pensé que él es responsable, directa o indirectamente, de cientos de crímenes horribles. Asesinatos, secuestros, masacres, extorsiones, desplazamientos, confinamientos. Los dolores y las angustias de mucha gente, en campos y ciudades, durante tantos años.

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Pensé que miles de personas pueden indignarse o enfurecerse con su llanto. Para empezar, entre sus víctimas y los familiares cercanos. Y, desde luego, en el mundo de la política, en la opinión pública, incluso en la historia y la academia…

Y me pregunté ¿tiene derecho ese hombre a llorar? ¿A conmoverse así, delante de millones de televidentes, años después de ocurrido todo? ¿Son sinceras esas lágrimas, es concebible siquiera que sean sinceras?

¡No lo sé!

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Y la pregunta me ha atormentado todos estos días, hasta este minuto en que escribo. Y solo ahora me doy cuenta de que es una pregunta que no tiene sentido ni valor. Lo que importa son los niños nombrados antes. Sus caras y sus manos. Su porvenir. El de todos los niños, no solo los del coro, todos los que en Colombia han podido nacer, gracias a la desmovilización.

Eso es lo que vale, lo demás no.

Por Gonzalo Mallarino Flórez

Escritor. Autor de varios libros de poesia y de ocho novelas, de las que hacen parte sus célebres Trilogía Bogotá y Trilogía de las Mujeres. Es frecuente colaborador de importantes periódicos y revistas
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