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Parece que hubiera dos asuntos por encima de los demás, que estarían ocasionando en varios países del llamado primer mundo, un resurgimiento de ideologías reaccionarias.
Tal como las entiendo yo, se trata de ideologías que actúan ferozmente en contra de lo que parece ser la evolución de las sociedades hacia la tolerancia, la solidaridad, la concepción del destino de los seres humanos como un viaje colectivo. En contra de la civilidad, diríamos también, ese nutriente de las conductas ciudadanas que van a dar en la armonía, la convivencia y el respeto por el ámbito íntimo de los demás.
Esos dos asuntos, según entiendo yo, son las migraciones y el aborto.
La forma más dura, más inhumana, más reactiva e irracional de enfrentar esos asuntos que tanto dolor y desolación traen a millones y millones de personas hoy en día, ha logrado cohesionar y unificar diversas tendencias políticas y acaso, morales, en muchas partes del planeta. En efecto, multitudes enteras parecen estar convencidas de que hay que prohibir a las mujeres decidir sobre la posibilidad de llevar a término o no un embarazo. Y millones de personas están decididas a impedir, por los medios que sean, la entrada de migrantes pobres a sus países ricos.
Esta cohesión, este resurgimiento, se refleja ya en la configuración del poder institucional. Los movimientos reaccionarios empiezan a ganar elecciones, a dominar parlamentos y congresos, y a hacerse con los cargos de mayor poder en un sistema político determinado.
Mala cosa.
Sólo la mujer que ha estado en estado de embarazo, sabe la angustia que puede producir no querer estar embarazada. Los hombres, los varones, es decir, los políticos, los jueces, los sacerdotes de cualquier culto, los paterfamilias que conciben, defienden y promueven las leyes y los preceptos morarles que satanizan el derecho elemental al aborto, no tienen ni idea de lo que sucede en el corazón, en el cuerpo y en la psique de una mujer que, estando embarazada, no quiere estarlo. No tienen, no tenemos, ni la más mínima idea. ¡Ay, las religiones! ¡Ay, su idea de la moral, tan inhumana, tan abstracta! ¡Ay, el judaísmo, el cristianismo, el islamismo con sus velos y su violencia brutal contra las mujeres!
Solo quien sale de su patria asustado, vencido, desesperanzado, con tres niños colgados del cuello y la perspectiva de tener que atravesar mares, o selvas, o desiertos para conseguir un porvenir para su familia desastrada, hambrienta, agotada, sabe lo que es la angustia de llegar a una frontera y que lo maltraten, lo humillen, lo devuelvan o la encarcelen.
Este mundo va a peor.
Como ha dicho durante décadas Edgar Morin, el sociólogo y pensador francés, la única esperanza de este mundo es la solidaridad. Ella es la única capaz de volver al camino correcto a esta civilización. Hay que detenerse, pensar, no seguir compulsivamente en la mala dirección en que vamos.
La solidaridad, sí, justo lo contrario al pensamiento reaccionario.
