Cuando éramos niños y jovencitos éramos inmortales. Y el tiempo parecía infinito. Dilatado infinitamente. Sin bordes, sin fronteras, como el cosmos, como las ondas incesantes en el estanque del cosmos.
Lo que duraban unas vacaciones en Sasaima. No pensábamos jamás que el tiempo pasara, que se nos cayeran por entre los dedos los días, como una agua viva y transparente. Nunca llegamos a pensar que esos días no eran gratis, que estábamos construyendo una nostalgia monumental que nos iba a herir y a sepultar de tristeza y orfandad después. ¿Cómo no retuvimos más esos días, esa agua de esporas y reflejos?
Lo que había que aguardar para...

Por Gonzalo Mallarino Flórez
Escritor. Autor de varios libros de poesia y de ocho novelas, de las que hacen parte sus célebres Trilogía Bogotá y Trilogía de las Mujeres. Es frecuente colaborador de importantes periódicos y revistas

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