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Bueno, pues ha vuelto a hacer otra obra maestra Ridley Scott.
Debe de ser el director de cine más grande que hay ahora mismo en este mundo. Este, su filme más reciente, es la obra de un artista de un refinamiento, de una certeza y de una originalidad proverbiales.
El hombre es un poeta. ¡Qué manera de concebir la luz, el conjunto visual, el sonido, cierto aire translúcido que envuelve sus escenas! El ojo de un delicado, de un artista quintaesenciado, de un poeta...
Ya saben los lectores que a lo largo de su vida había hecho películas de la inmensa belleza de Los Duelistas, Blade Runner y Gladiador. ¿Qué tal esa tríada?
En la primera, basada en un relato de Joseph Conrad, recuerden el campo inglés fotografiado con el verde húmedo y el gris del atardecer de una pintura de John Constable. En la segunda, aquella escena bajo la lluvia terrible y degradada en la terraza de un edificio, en la que un replicant, un hombre hecho por la ingeniería genética del futuro, dice aquello tan estremecedor de “I´ve seen things that you people wouldn´t believe…”.Y, en la tercera, recuerden las cúpulas de la Roma antigua, el raso de los vestidos, el cuello perfumado y la piel de las mujeres de la nobleza romana.
¡Qué cámara, qué mirada delicada y bella!
Esta película es otro prodigio de la reconstrucción del pasado. Del ruido del pasado, del frío, de las lágrimas, de la furia, de la violencia y de la búsqueda de la justicia en la Francia de finales de 1300. ¡Todo el mural del Medioevo! Todo recreado con una fuerza portentosa y al tiempo, con una precisión obsesionante.
And yet…, y, sin embargo, lo más conmovedor esta vez no es nada de eso, nada de toda esa maravilla. Esta vez el gran giro de tuerca es que se trata de una espléndida película hecha en defensa de las mujeres. De su valentía, su fragilidad circunstancial, su intimidad y su honda naturaleza. ¡Sí, es una película feminista! Es una película sobre las maneras, los usos, las costumbres sociales, la despiadada manera de concebir lo femenino y la manera de tratar a las mujeres.
Todo lo demás, toda la maravilla técnica, sensorial y visual, no son sino una excusa para contar una historia en la que se hace valer, se pone a salvo, se hace prevalecer el punto de vista femenino, la mirada de una mujer, la sensibilidad femenina.
Así es. Es, en realidad, lo que los anglosajones llamaron siempre en la literatura una comedy of manners: una mirada irónica y aguda de la vida diaria de la gente de una época, de sus rituales, de sus costumbres, de sus creencias, de su moral, de sus sueños y sus terrores.
Ridley Scott, con su inmensa maestría, armó todo este pandemónium medieval sólo para hacerle justicia a una mujer. ¡Qué cosa más bella! ¡Qué cosa más justa! ¡Qué cosa más importante en el momento presente!
La magia del cine, de esa forma misteriosa y oscura del sueño y del inconsciente colectivo de centenares de personas sentadas en un teatro, de esa creación espléndida del arte de la modernidad, que contiene todas las artes, puesta, digo, en defensa de una mujer.
Es que la justificación de la poesía -de lo más bello concebible-, no puede ser otra que la defensa del amor y de la libertad.
¡Bien por Ridley!
