Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Vi la entrevista que le hizo Yamid Amat a Rodrigo Londoño la semana pasada.
Escuchaba a Londoño responder las preguntas y no encontraba nada distinto a la postura de una persona razonable y realista. Después pensaba que ese hombre, ese antiguo líder de un grupo guerrillero ahora desmovilizado, era responsable directa o indirectamente por miles de crímenes. Asesinatos, secuestros, extorsiones, masacres, despojos, desplazamientos, reclutamientos de niños y niñas, violencia sexual, narcotráfico…
Y ahora estaba ahí, en la televisión, como congresista y cabeza de un grupo político que el Estado colombiano reconoce. Y pensaba que el hecho de que esa persona estuviera ahí, siendo entrevistado en la televisión, tendría que resultarles ofensivo a muchas otras personas. Para empezar, a sus víctimas, que, más allá de los mecanismos creados en la Constitución y las leyes con el propósito de repararlas y hacerles justicia por la terrible violencia de que fueron objeto, y que este hombre y sus compañeros desataron, podrían, con toda la razón, sentir odio y rabia contra él por el resto de sus vidas. Y en ese terreno no me podía meter. Eso es sagrado.
Pero, como digo, yo estaba escuchando a una persona realista y coherente, que se atenía a los términos de un acuerdo de paz firmado con el Estado colombiano para desmovilizar en su momento a 13.000 combatientes que estaban alzados en armas. Y no solo eso: sostenía que, a pesar de que a la fecha han sido asesinados cerca de 500 desmovilizados, él, su partido político y más de 12.000 firmantes se mantenían en la decisión de cumplir el acuerdo firmado y no retomar las armas. Y no solo eso: afirmaba que el cumplimiento integral de ese acuerdo era la única vía para pacificar a Colombia, que es lo mismo que yo y millones de colombianos creemos.
Después pensé en los que están en contra del acuerdo de paz, porque sienten que eso fue una porquería, una aberración, una vagabundería, y se sienten superiores moralmente a todos los que vemos en ese mecanismo una posibilidad real de alcanzar la convivencia pacífica. Sienten que ellos sí son justos, que ellos sí son decentes, que ellos sí defienden “el imperio de la ley”, que ellos sí quieren y respaldan a nuestras Fuerzas armadas y, en contra de toda evidencia histórica y siempre que sus hijos no estén en los batallones de guerra, “confían” en una victoria militar sobre la subversión.
Son los que miran para otro lado cuando se habla de los más de 6.000 muchachos asesinados por el Ejército Nacional cuando Álvaro Uribe era su comandante en jefe. Son los que llevaron a la presidencia a un pusilánime como Iván Duque, el rey de la procrastinación, gracias a quien perdimos cuatro años que valían oro en la búsqueda de la paz.
En fin. Veo más posibilidades de lograr un entendimiento con tipos como Timochenko que con esos pudibundos. Y claro, que con las “joyas” de los jefes guerrilleros actuales.
