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Desde las novelas de la Trilogía Bogotá fue claro para mí que el mundo femenino era el asunto primordial de mi ejercicio como novelista.
Lo femenino está más presente en las mujeres, eso es elemental, es como decir que el agua moja. Pero para mí las mujeres y sus trabajos, sus pasiones, sus dichas y desventuras, fueron el asunto preponderante de mi vocación de escribir. La búsqueda de todo eso. Las yemas de mis dedos y mis pestañas, cerca de todo eso.
Las mujeres pueden ser feroces y valerosas hasta la muerte, si están defendiendo el amor y la libertad. Acaso las dos únicas cosas por las que vale la pena luchar en esta vida. Y pueden unir las manos en copa y proteger y guardar y preservar. Su ligazón con la tierra es más misteriosa y más honda que la de cualquier otra especie en el planeta. Yo creo que están varios estadios evolutivos más adelante que los hombres. O la naturaleza femenina más evolucionada que la naturaleza masculina. Los hilos que hacen la trama de la mente y del corazón de las mujeres, son mucho más delicados y finos. Y más resistentes además, porque su cardadura es mejor. Las manos que la hicieron no tuvieron prisa y no se vencieron ni se rindieron jamás.
Yo me miro a mí mismo y me encuentro digno de poca confianza. Cuánto hay en mí de vanidad, de banalidad, de insinceridad, a veces usadas melifluamente. Y cuando me siento a escribir todo eso está presente, todo eso me zahiere y me atormenta. Y lo huelo en miríadas de otros escritores. Qué frecuente es la exhibición de su vigor, de su gracia, de su cosmopolitismo, de su erudición, de su falsa sensibilidad.
Por eso he tratado de escribir mis novelas como una mujer. En la primera persona gramatical. Porque si soy una mujer siento que la cosa es muy distinta. No soy capaz de simular o mentir. Me meto muy adentro de mis tripas y de mis vísceras y busco la voz de mis personajes. Y busco sus cejas, sus manos y el líquido que las recorre. Que circunscribe su alma y su corazón y lo dibuja. Y la página que queda es siempre más humana, más verdadera. Y además, más bella, más dotada de las armas para derrotar el tiempo y la muerte.
Me encuentro siempre en un plano, en un ámbito, en un mundo literario mucho más ancho, mucho más rico en matices, en cromatismos lingüísticos, sensitivos y morales. Lejos de la tontería del imperativo de someter, doblegar, golpear, de ganar, de seducir, tan masculino y tan aburrido. Lo femenino tiene más gradualidad, más matices, se podría decir que tiembla, que oscila entre lo lábil y lo pétreo, lo acerado, lo invencible.
Siempre que he tratado de escribir en la voz masculina, me aburro hasta las lágrimas. Qué repetido, qué adocenado, qué fatigado después de siglos y siglos de prevalencia, de preeminencia. Lo femenino no está dicho del todo, no está escrito del todo, no está agotado. Es una tierra llena de agua y de posibilidades. No solo literarias o estéticas, humanas.
