Después de los terribles hechos ocurridos esta semana en una escuela primaria en Uvalde, Texas, piensa uno en por qué hizo eso Salvador Ramos, la persona que mató a 19 niños y a 2 de sus maestras. ¿Cuál es el origen de esa rabia destructiva y envenenada? ¿Por qué dañar la parte más sensible de las personas y sus familias?
Las armas pudo comprarlas en un almacén de armas en cualquier centro comercial, tranquilamente, pues en ese país su venta es libre. Con la cédula se la venden. Este joven tenía 18 años y, como buena parte de la comunidad local, era de origen latino. A la propia entrada de la escuela hay un letrero que dice: Robb Elementary School, Bienvenidos. Es decir, usan las dos lenguas porque son una comunidad a la que componen los dos elementos raciales y culturales. Era un muchacho de ahí, de la comunidad. No vino de afuera, enceguecido por causar un mal a unas gentes extrañas y enemigas. No, era de ahí.
Ahora lo de menos es cómo consiguió las armas, lo entiendo, lo vital es encontrar respuestas a las preguntas que hicimos arriba, pero el dependiente del almacén ―en este caso y en los tantos que han oscurecido irreparablemente las vidas de cientos de familias estadounidenses―, no se preguntó ni por un segundo, ¿para qué compra estas armas esta persona? Unas armas de gran poder, manufacturadas para causar daño, para causar la muerte de otras personas. Armas que, por otra parte, los EE.UU. venden sin agüero por todo el planeta.
¿Qué es este veneno que corre por la sangre de esta nación? Tiene en sus venas y en sus alvéolos el germen de su propia destrucción. Como si lo hubieran fermentado ellos mismos. Tiene todo, o casi todo, lo material, ¿por qué están tan enfermos en lo espiritual? ¿En dónde se equivocaron, en qué momento erraron el camino?
Casi como ninguna otra nación, los Estados Unidos abrieron los brazos y recibieron a millones y millones de inmigrantes del mundo entero, durante décadas y décadas. Un gesto de generosidad y de humanidad admirable. Un gesto de una gran nación. La cultura occidental de los últimos doscientos años sería inconcebible sin los escritores, los pintores, los científicos, los músicos, los actores y directores, los deportistas, los defensores de derechos humanos, los creadores e inventores, los pensadores que ese enorme país ha aportado al decurso reciente de la humanidad. Uno puede tener mayor o menor afecto por ese país, por su ademán, por su estilo, por su postura, pero es innegable que ha sido una nación admirable.
Evoco ahora lo más auténtico de ellos, ¿qué pensaría de todo esto un alma pura como Mark Twain, acaso el más grande escritor que han dado? ¿Qué piensa, ahora en el presente doloroso, una mente libre y sin falsías como la de Noam Chomsky? ¿Qué piensa una mujer decente e íntegra como la jueza Ketanji Jackson?
A personas como estas apelaría para saber las respuestas que tanto se necesitan. No puede ser que lo único que tenga ese país, delante de estas heridas y este desconcierto tan enormes, sea el lobby de los fabricantes de armas y el respaldo sistemático de los congresistas republicanos.