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Al término del Gobierno de Iván Duque, Colombia no estaba tan ensangrentada y degradada por la violencia criminal como está hoy.
Ya estamos mamados del cuento de que el Gobierno de Duque es responsable de lo que está pasando. Puede ser que ese hombre sin carácter y pusilánime, estando en el poder, haya podido hacer más por la implementación de la paz pactada con las FARC y que eso hubiera aliviado la situación de cientos de miles de connacionales en las veredas y los territorios. Puede ser, habría que mirarlo con mesura, habría que ponderarlo, es cierto que, en abstracto, nadie puede negar que la presencia real, efectiva del Estado colombiano en todo el territorio nacional, es la única forma de proteger a las comunidades y de abrir un mínimo espacio a la posibilidad malograda durante más de 200 años de vida republicana, del progreso y del bienestar colectivos.
Pero no nos confundamos, el responsable del actual orden de las cosas es el presidente Petro, quien pronto cumplirá tres años de gestión. Fue él quien, desde el primer día de su gobierno, acuñó la frase falaz de la “paz total” y se autodenominó el pacificador de Colombia. Y eso resultó siendo demagogia y una chambonada que ha producido el fortalecimiento de las bandas organizadas de asesinos, que obtienen su poder financiero del narcotráfico, la minería ilegal, el secuestro, la extorsión y la trata de personas, y su poder territorial de la total ausencia del Estado –que el presidente Petro encabeza– en casi la mitad de los municipios del país.
Es que lo digo otra vez: en casi la mitad del territorio nacional, el Estado es incapaz de impedir que a la gente la masacren, la desplacen, la asesinen, la confinen, la recluten, la violen, la aterroricen y la despojen de su tierra y sus derechos humanos y ciudadanos, día sobre día. El presidente Petro tenía que saber que había que ser muy prudente con la lengua y la palabrería, y con los actos de su Gobierno y sus funcionarios, porque estaban en juego la vida y la protección de una nación entera.
Este horror que estamos viviendo lo desató el presidente Petro por chambón y lenguaraz. Él tenía que saber la clase de asesinos y desgraciados con los que iba a tratar. Él tenía que saber, si hubiera sido un estadista competente, que los asesinos del ELN, de las Disidencias y del Clan del Golfo son capaces, por ejemplo, de asesinar niños que se niegan a ser reclutados, y no les tiembla la mano al dispararles a quemarropa. Son capaces de asesinar a familias enteras de líderes comunitarios y sociales y no les tiembla la mano. Son capaces de masacrar soldados y policías y no les tiembla la mano. Son capaces de destruir la naturaleza y las fuentes de agua, y no les tiembla la mano.
Tenía que saber que iba a tratar con unas de las peores bandas de asesinos que hay sobre este planeta. Era su obligación moral y constitucional. Ya no más con el cuento de Duque. Esto es responsabilidad de Petro.
