El único deseo que tengo para esta noche, pues ya me desengañé por completo en lo referente a la justicia y la prosperidad de la nación colombiana que produciría un gobierno probo y decente, es que Petro entregue el poder. No aspiro a nada más. Que no propague la violencia y la corrupción todavía más. Que se vaya en santa paz. Que entregue el poder a quien gane legalmente las elecciones de 2026.
Los siete meses que le quedan van a ser tortuosos y peligrosos. Cada vez está más errático y su forma de gobernar cada vez es más turbia y desprovista de sindéresis. Petro degradó el Estado colombiano, lo desvalorizó, lo contaminó, lo prostituyó. Petro ha envilecido el oficio del estadista. Su forma de gobernar, con fanatismo, con mala leche y resentimiento, con descuido, con mediocridad, ha expandido en Colombia dos cánceres letales: la violencia y la corrupción.
A la nación colombiana la asesinan, la secuestran, la extorsionan, la desplazan, la confinan, la desprotegen, la abandonan, como en las peores épocas de la violencia partidista de los años 50 y 60 del siglo pasado. Eso consiguió Petro. Ese es su legado. Y no solo eso: para valernos de un parangón más reciente, más actual, Petro ensombreció y deterioró la política y la acción del Estado hasta los niveles de Álvaro Uribe y los falsos positivos, es decir, de los crímenes de Estado como política de gobierno.
Petro ha sido tan nocivo y destructivo como presidente como Álvaro Uribe. Si después de los dos gobiernos de Álvaro Uribe —el segundo de los cuales es espurio y fue conseguido fraudulentamente—, creíamos que era imposible, que era inconcebible degradar tanto al Estado, es porque Gustavo Petro no había gobernado todavía como presidente de la nación. Petro logró eso, desfiguró el Estado, tanto como el siniestro e impune Álvaro Uribe.
La nación colombiana no se merece estos gobernantes. Nosotros, los colombianos y colombianas, hemos dado muestras de que somos de buena levadura, industriosos, compasivos, valientes, amorosos, solidarios, providentes y generosos. No nos merecemos este Estado que nos gobierna tan indolentemente y nos estafa así. No nos merecemos a tipos como Álvaro Uribe y Gustavo Petro, para hacer alusión solo a las últimas décadas del acontecer nacional.
Entonces, hoy, a las 12 de la medianoche, ese será mi único deseo: que Petro se vaya en paz y para siempre. O, bueno, está bien, tendré un segundo deseo, un segundo pedido a la historia y al destino: que el pueblo colombiano no vuelva a tener, nunca jamás, a tipos como Gustavo Petro y Álvaro Uribe al frente del Estado. Nunca más su degradación y su manera de simular y mentir. No nos lo merecemos.
Dicen los analistas, que ellos dos son los hijos dilectos del extremismo político que nos ahoga y nos lesiona como nación. Que son los polos oscuros de un mundo contaminado de odios y fobias y engaños. Pues, eso, entonces, pido eso, que, a partir del 2026, queden proscritos para siempre.