Los espacios territoriales de capacitación y Reincorporación (ETCR), pactados en el Acuerdo de Paz, mal que bien funcionaron.
Un grupo importante de los 13.000 combatientes de las FARC que se desmovilizaron aún permanecen en ellos, bajo las nuevas denominaciones que han recibido jurídicamente esos territorios. Miles de excombatientes han adelantado allí, con el apoyo del Estado, proyectos productivos. Encontraron la posibilidad real de trabajar y de hacer una vida. A pesar de las constantes amenazas de que son objeto, no han retomado las armas.
Se trató, por tanto, de una idea magistral.
Los ETCR, la JEP y la Comisión de la Verdad, emanados del Acuerdo logrado en La Habana, han sido elogiados por el mundo entero. El país acaso más violento del mundo, Colombia, la mayor víctima histórica de la sangrienta violencia del narcotráfico, fue capaz de encontrar esa salida.
El mundo entero lo ha reconocido así y todo ese proceso le valió a un presidente colombiano un Premio Nobel de Paz. Pero más que eso, como ya dije, le valió a toda una nación la admiración mundial. La despreciable y nauseabunda violencia ha vuelto, o se ha reciclado, o se ha recrudecido, eso no se puede soslayar. Pero sería aún peor si esos 13.000 combatientes estuvieran en armas. Si una parte importante de ellos no estuvieran en espacios de reincorporación. Ha sido una salida parcial a la violencia, que la humanidad entera enaltece y que los textos de historia universal recogerán.
Creo que en esa línea va la idea del presidente de armar un fondo internacional para financiar la potencial desmovilización de los integrantes del ELN. Tiene todo el sentido que los países del “primer mundo” se echen la mano al dril y ayuden con ese proceso. Después de todo, son los más grandes consumidores de cocaína. ¡Que ayuden! No se trata solo de que subvencionen los gastos de viaje de unas delegaciones. No. Que construyan con Colombia una solución histórica a la violencia que esparcen los carteles de la droga, distinta a la inútil “guerra contra el narcotráfico” en que nos embarcaron hace 50 años y que no ha servido para nada, como no sea para fortalecer a las mafias y corromper las sociedades y las instituciones.
Sin embargo, ya salió el precandidato Barbosa, ese fiscal medio espúreo con que contamos, a decir que es una “vacuna” de la guerrilla a la nación colombiana, o algo semejante. Ya salió a tergiversar lo dicho por el presidente en busca de aplausos y ganancias políticas. Y, de paso, cerrándonos otra opción de hallar algún día una solución definitiva a esta violencia. Pero no nos dejemos confundir de Barbosa. Si la idea del presidente Petro va en la línea de los espacios territoriales descritos, sería magistral, nuevamente. Y tal vez se lograría que se desmovilizaran otros 5.000 combatientes. ¡Nada más y nada menos!
Y sería justo que esta vez la financiara la comunidad internacional, donde siempre han estado los grandes mercados de la droga, los que han anegado en sangre nuestro suelo.