No pocas veces el nombre de García Márquez, como creador literario, se menciona al lado del de Cervantes. ¡Esas son palabras mayores! “The New Cervantes” creo que rezaba el título de un número la revista Newsweek, por los días en que lo real maravilloso, que nacía de las yemas sensitivas de nuestro escritor caribe, mereció un Premio Nobel.
Ya García Márquez está, hombro con hombro, con figuras como Joyce, Eliot, Dostoyevski, Mann, Proust o Faulkner, para mencionar solo algunos de los mayores autores de la modernidad, de los mayores transformadores y renovadores del arte literario. Durante décadas la potencia telúrica de su estilo narrativo, la gracia, la poesía de su lenguaje, en decenas de idiomas alrededor del mundo, se volvieron incontenibles. Muchísimos escritores lo imitaron y lo imitan. Miles de académicos lo citan y lo estudian. Millones de lectores lo leyeron y lo leen sin cesar. Se convirtió de este modo en un escritor universal.
Y de esa estatura es Fernando Botero, quien acaba de morir en Mónaco. La tremenda originalidad, el pulimento, la celebración cromática y formal de su estilo, ora como pintor, ora como escultor, lo volvieron omnipresente en las calles, las plazas y los museos del mundo entero. Cómo lo quiere la gente, cómo gozan con su obra, cómo se ríen y se abrazan en la fiesta de su arte expansivo y sensual.
Ya Botero está, hombro con hombro, con figuras como Van Gogh, Frida, Chagall, Matisse, Picasso o Monet. ¡Nada más y nada menos! Esa es la envergadura de su jornada como artista en el decurso de una vida.
Y en nuestro país son solo ellos dos. No ha habido, de momento, dos figuras de semejante calado y resonancia. Ni siquiera José Asunción Silva, acaso el único de nuestros poetas que pudiera acercarse a lo universal. Y siendo la nuestra tierra de magníficos escritores y artistas. Hombres y mujeres por igual, que quede claro. Y dentro de los límites señalados a esta columna, pues hay y ha habido en nuestro país mujeres y hombres capaces del heroísmo y la mayor hondura humana concebible. Pero ese es otro asunto.
Ambos, Gabo y Botero, nacieron en la estrechez material. Y sin embargo, echaron a andar por el mundo con su canción inconsciente y vital entre las tripas y erigieron una obra de proporciones planetarias.
Los colombianos universales no son los millonarios más encumbrados por la sociedad, ni los políticos vitoreados con mayor pasión. Ni las personas más doctas y más estudiadas, ni las más buscadas en Google, ni las que se precian de ser inteligentísimas, ni las que arrasan en las redes sociales. No. Son dos personas de una infancia casi precaria, ¡qué ironía!
La vida va y vuelve, con su ritmo secreto. Y señala, mansa, sus verdades y sus arcanos intemporales. ¿Quién se acuerda de quién gobernaba Grecia en el siglo VIII a.C? ¡Nadie! Lo que la humanidad recuerda y tiene siempre presente, generación tras generación, es a Homero.