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Gabriel Esteban

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Gonzalo Mallarino Flórez
08 de octubre de 2022 - 05:30 a. m.
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Lastimar a los hijos de una mujer, para destruirla.

Claro. Es la parte en carne viva de una mujer. Sus hijos. Nada podría dolerle más. Es la venganza última, la más brutal, la final. Queda destruida la mujer. De cualquier edad, de cualquier nación, de cualquier historia, de cualquier vida, de cualquier condición. Y queda consumada la forma más bestial, más animal, de la venganza.

Hay hombres que tienen un animal muy horrible por dentro. Hombres, digo, varones.

Años, siglos, milenios tratando de sacarles de adentro ese animal, esa ha sido la justificación de esto que llamamos civilización. Para eso se concibió, para eso la hemos buscado, la hemos tratado de construir, para sacarles a los varones el animal destructivo y sangriento que algunos todavía llevan por dentro.

La idea toda de civilización, en verdad, tiene que haber surgido de la necesidad imperiosa de proteger a las madres y a sus crías. De los hombres, de los machos. Porque muchas veces los han destruido, los han vejado, los han dañado en defensa de su virilidad y de su preeminencia. Todavía lo hacen, algunos, sí, como el papá de Gabriel Esteban.

Matarle a una mujer su hijo, o violarlo, o sojuzgarlo, o quebrantarlo hasta la humillación y la angustia, siempre ha sido la fuerza oscura que muchos hombres llevan por dentro. Y aparece como un torrente cuando se llenan de odio y de resentimiento contra una mujer. Como si la mujer fuera de ellos, como si fuera una cosa de ellos, que les perteneciera hasta el fin de los tiempos. Como si una mujer, una en especial, solo pudiera respirar y reírse y besar con ellos, para ellos, por ellos. Como si una mujer no pudiera decir: no te quiero ya, no quiero más… Con todo su derecho, con todo su albedrío, sin tener que pagar ningún costo, ninguno, y menos en la persona de sus hijos. No más, no quiero, apártate que no quiero seguir más, no quiero...

El hombre que mató a su hijo, a Gabriel Esteban, en Melgar, actuó como un gorila, como una hiena. Lo más primario y animal emergió en él. Mató a su propio hijo actuando como una bestia llena de rabia. Ahora mismo está a punto de irse a la cárcel lo que le queda de vida y no le importa. El instinto salvaje y sangriento se ha apaciguado por fin en él. Ya está en paz, como un animal babeante en paz, como una bestia de colmillos y rugidos en paz, por fin. Ya cobró su venganza, ya destruyó todo, ya la destruyó a ella, a la mamá, y está saciado.

Ahí es donde hemos fallado como especie. En esa sensación de saciedad, de honda satisfacción por el acto sangriento de venganza. Ahí se jodió todo. Fracasamos. Toda la especie. Ya podemos mandar al carajo la idea de civilización. No sirvió para nada.

No sirvió cuando Gabriel Esteban iba feliz, cantado y mirando por la ventanilla del vehículo que lo llevaba a tierra caliente. No sirvió cuando preguntaba, dando saltos, por el nombre de los pescaditos del acuario de la recepción del hotel. No sirvió cuando entraron al cuarto y la piscina abajo era una promesa y una felicidad que no le cabían en el corazón. Tenía la seguridad de que su papá lo protegía y pronto le daría esa dicha.

Y el desgraciado fue y lo mató.

Gonzalo Mallarino Flórez

Por Gonzalo Mallarino Flórez

Escritor. Autor de varios libros de poesia y de ocho novelas, de las que hacen parte sus célebres Trilogía Bogotá y Trilogía de las Mujeres. Es frecuente colaborador de importantes periódicos y revistas
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