Bueno, pues qué bien que Íngrid Betancourt se haya metido a la campaña presidencial que se viene.
Cuando pienso en ella se me vienen a la mente las imágenes que hemos visto todos de cuando estuvo secuestrada. Son unos segundos, nada más, en los que aparece sentada en un butaco, en la selva. Está triste, adolorida, incluso vejada, pero no quebrantada del todo, no derrotada del todo. La cabeza un poco inclinada, el pelo largo, aún con brillo, tomado atrás, y el óvalo perfecto de la cara... Se diría, una madona del Renacimiento. Hay algo intensamente espiritual en ella. Y en esas circunstancias tan terribles...
Muchos años tuvieron que pasar para que ella pudiera apaciguar las heridas terribles de su dolor, de la angustia que sintió, de la desesperanza que debió de haber sentido. Y para que de todo eso saliera la fuerza para volver a defender con las manos y la voz y el corazón unos ideales políticos. Mejor dicho, eso no pasó de la noche a la mañana: eso tomó muchos años. Incluso de alejamiento de su país, de exilio.
Por eso le creo tanto. Como voz de la política actual. Porque sufrió en la espalda y en el estómago y en las pestañas el horror de nuestra violencia. Y ha vuelto serena, reparadora, casi amorosa en su visión de Colombia y el porvenir. No hay gritos, no hay altisonancia, no hay imprecaciones ni maldiciones.
La primera cosa inteligentísima que hizo fue no ser precandidata presidencial. Ella no busca la gloria personal en esto. No. Esa no es su ambición. Ella tiene entre la cabeza una idea de Colombia, una posibilidad de Colombia, una hipótesis de Colombia. Ella y mucha gente más. Y yo creo que es noble y bella esa hipótesis, ese sueño por el que luchar. Alrededor de la paz, de la justicia, de la decencia.
Y no siendo precandidata, pudo unir y completar a los que sí lo son, en ese sector del espectro político que hemos llamado “centro”. La medianía, el medio promisorio, libertario, honesto, en el sentido de que no encubre, no disfraza lo que está diciendo, no tiene sedes y hambres que hay que ocultar por vergonzosas. No.
Ni el rencor de la extrema izquierda, ni la mezquindad de la extrema derecha.
Esos son los infiernos de los que hay que escapar. Ella lo tiene claro. O por lo menos eso siento yo. De repente soy un nefelibata, un iluso, pero eso es lo que siento y hoy me aferro a eso con desesperación. De verdad. Otros cuatro años perdidos como estos, serían un pecado mortal. Otros cuatro años anodinos, indolentes, mentirosos, simulados. ¡Serían fatales!
Yo creo que, en últimas, estas elecciones van a ser lo que siempre han sido: una confrontación entre el pensamiento conservador y reaccionario y el pensamiento liberal y progresista. Sí no hay ruidos y vendavales artificiales, se podrá ver que, como ha sucedido casi siempre en Colombia, los liberales son más que los conservadores, entre los cuales están, bien lo sabemos, los “guardianes del progreso dentro del orden”, de las “buenas costumbres”, de la rezandera hipócrita.
La posibilidad de que esto se pruebe y se haga valer en las próximas elecciones, nada menos, es lo que ha conseguido Íngrid con su regreso a la política nacional.