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En el accidente del helicóptero del Ejército la semana pasada, en Quibdó, murieron cuatro oficiales muy jóvenes. Una mujer y tres hombres.
Según se ha informado, la aeronave ya se venía a tierra y ellos lograron que no cayera sobre las casas. No pensaron en salvar sus vidas, sino en no causar una tragedia entre la gente que estaba tranquila, pasando las horas de la tarde del domingo. Además, estaban en una misión humanitaria. Estaban llevando ayuda. Un domingo. En el Chocó. Ayudando a los otros.
Vuelvo a mirar la fotografía de ellos cuatro y me dan ganas de dar alaridos.

En la mirada de la teniente Julieth García Cordero siento a toda Colombia. En su mirada triste y dulce siento a todo mi país que a veces tiene cortaduras y moretones y heridas causadas por la mala suerte.
Todas estas horas, todos estos días que han pasado desde que ocurrió el accidente, he pensado en ella intensamente. En esa sonrisa triste y dulce de tantas mujeres colombianas. He pensado en la teniente Julieth y he sentido mucha tristeza, como si se me hubiera muerto alguien a quien quería mucho. Lo que es ilógico, pues no la conocía.
Pero, sí, sí la conocía de cierta manera...
He visto tantas veces en Colombia cómo el rostro de algunas mujeres se llena de dulzura y de melancolía. Tal como el rostro de la teniente Julieth. El que estoy viendo ahora, en la fotografía que tiembla en mi mano. ¿Qué piedra semipreciosa es la de los aretes tan pequeños? ¿La teniente Julieth era bajita? ¿Era menuda? ¿O era alta? ¿Cómo era su voz? ¿Cómo eran sus dientes y sus labios cuando se reía? La línea curva, suave del óvalo de su cara, ¿es la misma de la madre? ¿La teniente Julieth era parecida a su madre?
Al morir en el helicóptero tenía treinta y un años. Estaba haciendo el curso de piloto, para aprender a volar estos aparatos. La primera mujer en lograr eso. Era de Cúcuta. ¿Quién llamó a sus papás? ¿Quién le dijo a la mamá que su niña se le había matado? ¿Cómo se lo dijo la persona que llamó? ¿O la madre y todos en la casa supieron por el noticiero, ya en la noche angustiosa, ominosa del domingo?
Julieth, yo a usted no la conocía, pero usted ha estado en mi corazón intensamente. Yo hubiera querido estar cerca a usted aunque fuera una vez, oírla hablar y verla mover las manos en el aire de esporas de la tierra caliente, allá donde usted nació. Eso hubiera querido, y que usted se hubiera quedado allá. Y nunca hubiera querido entrar al Ejército. Ahora sólo quiero dar alaridos porque es injusto que esto haya pasado. Que usted haya perdido su vida así. Miro su foto otra vez y quiero dar gritos y golpearme la cabeza contra un árbol.
Yo a usted nunca la vi, Julieth, pero sí la vi, sí la he visto. He visto su sonrisa triste y dulce en la cara, iluminando la cara de miles de mujeres en este país. Esa fatalidad nuestra y esa mala suerte nuestra, algunos domingos.
Yo a usted nunca la vi, Julieth, pero ahora quisiera ir a donde usted está. Y “desamordazarla y regresarla”.
