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La carta al Niño Dios

Gonzalo Mallarino Flórez

26 de diciembre de 2023 - 09:05 p. m.

Ay, la luminosa ilusión, la dulce candidez de la infancia, cuando le escribíamos al Niño Dios pidiéndole. Y aguardábamos con fruición la llegada de la Nochebuena, mirando de reojo el arbolito todas las mañanas.

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Poníamos el portal con la Virgen y San José, con la cunita de paja en medio, y hacíamos con arena, entre la lama y los quiches, el camino de los Reyes Magos y los pastores. Y volvíamos otra vez los ojos para mirar los regalos que, despacio, iban reuniéndose alrededor del pino aromoso, fragante…

Después pasa la vida con sus valles de lágrimas y nos va quitando esas cosas. Perdemos esas cosas como si fueran el precio que tenemos que pagar por crecer, por dejar atrás la niñez y volvernos adultos. Y es que, como dijo alguien, la infancia es nuestra primera patria; quizá la más verdadera. Cuánto perdemos, cuánto, mientras los brazos y las piernas y las pestañas se nos van alargando.

Pero no importa, es diciembre y yo quise escribirle al Niño. Tengo los ojos un poco cansados ya, y las cejas entrecanas, y la frente en sombras algunos momentos y, con frecuencia, días amargos de desesperanza. Y no tengo ya la fe de mi madre, de Beatriz, no tengo ya la fe de mis mayores, pero quise pedirle al Niño, quise escribirle y pedirle tres cosas.

La primera, que cese en mi país la violencia de los hombres contra las niñas, las adolescentes y las mujeres. La violencia sexual, no otra. La segunda, que cese en mi país la violencia contra los indígenas, los líderes comunitarios y los hombres y mujeres que se han reincorporado. Y la tercera, que metan a la cárcel más oscura posible al criminal Benjamin Netanyahu y al criminal Vladimir Putin. A la prisión más honda y más helada y más oscura. Y que cese la violencia contra los niños, las niñas, las madres y los jóvenes inermes, en Gaza, Israel y Ucrania.

Esos fueron mis deseos. Son los que puse en la carta. Como tantas y tantas personas a través de los tiempos, llegando Navidad levanto sediento la cara al cielo. Ya no puedo orar, lo sé. Sé que nadie me escucha, pero a veces flaqueo, dudo, tiemblo y necesito la esperanza. Es que, de veras, somos nosotros, los seres humanos, los hombres y las mujeres andando sobre la tierra los que necesitamos crear a dios.

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Estaba al tanto de eso que decían los marxistas antaño: “Cuando falla la práctica, surge la ideología”. Lo sabía muy bien. Pero me importó un bledo. Era diciembre y quería darme la licencia de creer, de tener la fe “del carbonero”, que cree sin razones, pruebas ni silogismos.

Nuestro presidente actúa con torpeza, con buena intención, pero con torpeza, y ensangrienta todavía más a su país. En otro orden de las cosas, un mandatario ordena a su ejército que invada a otro país y mate a miles y miles de civiles. Y otro ordena la muerte de 10.000 niños y sus madres y sus comunidades, para tomarse una venganza.

En verdad, este mundo está tan mal, que necesitamos ayuda divina. Así la pidamos sabiendo que no existe.

Por Gonzalo Mallarino Flórez

Escritor. Autor de varios libros de poesia y de ocho novelas, de las que hacen parte sus célebres Trilogía Bogotá y Trilogía de las Mujeres. Es frecuente colaborador de importantes periódicos y revistas
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