Yo no sé si la carta de Álvaro Leyva se refiere a hechos ciertos y si tenga alguna utilidad para el país, pero me parece una bellaquería, un acto de mala leche de parte de quien fue ministro del gabinete y entonces abundaba en elogios y alabanzas hacia su jefe, el presidente de la República.
Si continuara en el Gobierno, Leyva estaría calladito, razón por la que no se puede pensar que al escribir su carta esté buscando proteger intereses superiores o causas nobles. Es un acto de una persona resentida, y todo el ámbito de la situación es ordinario, de mala calidad moral, de degradación. Así no se deberían manejar los asuntos de interés nacional, que son tan delicados. Se hace imprescindible cierta compostura, cierto recato, cierta altura de los valores éticos. La carta de Leyva es un poco repugnante y triste. Petro, que creo que ha gobernado sumamente mal, es de todas formas el presidente de la nación. Tiene que haber cierta consideración por ese hecho.
Yo no sé si el presidente consuma drogas o no, y no exijo estar en conocimiento de la respuesta a esa pregunta. Exijo, eso sí, que sus decisiones y actos de gobierno se realicen con mente clara, con propósito claro, y siempre en defensa de la libertad, la justicia y la protección del bienestar colectivo, siempre bajo el imperativo del bienestar de la ciudadanía. Eso es lo que exijo. Yo no necesito ni quiero saber cuáles son los hábitos personales del presidente de la República. Yo lo juzgo por sus actos de gobierno y sus ejecutorias. Yo no voy a pensar bien o mejor de Petro porque no consuma drogas. Hay miles de personas que no consumen drogas y son mezquinas, falaces, malignas...
Consumir drogas a cierto nivel, como beber alcohol, lo puede llevar a uno al cementerio, o al hospital, o a la cárcel. En eso no nos engañemos ni nos digamos mentiras, a cierto nivel, esas sustancias son destructivas. Por eso es imprescindible proteger a los niños, niñas y adolescentes. Prevenirlos. Pero millones de adultos consumen esas sustancias, es un rasgo de la cultura contemporánea, y funcionan, tienen una vida que funciona. Y esos hábitos son personales, hacen parte de su intimidad. Son unos adultos decidiendo asuntos de su intimidad y de la manera como quieren llevar sus vidas. Uno no tiene ni idea de lo que hace la gente a solas y en su intimidad. Y está bien que así sea. En ese sentido, la carta de Leyva es también morbosa y falaz, porque reclama, engañosamente, una superioridad moral. Señala, dice: miren, el presidente consume drogas y por eso hay que perseguirlo, por eso hay que demonizarlo. Y yo me pregunto, cuánto de esa superioridad moral ha alentado una equivocación histórica como la llamada “guerra contra las drogas”. Eso sí que le ha hecho mal a la humanidad y a naciones como la nuestra.
Quien consume drogas no es necesariamente inferior, en lo moral, a nadie. La droga hay que enfrentarla como lo que es: un problema de salubridad pública.