Cuánto he querido a Borges en esta vida. ¡Cuánto me ha acompañado!
Cuántas veces en la juventud lejana, cerca a una mejilla tibia o a un cuello perfumado dije en voz baja un poema de amor suyo. “Ya no es mágico el mundo. Te han dejado. Ya no compartirás la clara luna ni los lentos jardines” y después “Adiós las mutuas manos y las sienes que acercaba el amor…”
Qué tersura del verso. Que espléndida manera de lo simbólico y la abstracción. Qué delicada sensibilidad.
Una mañana de 1978 me volé de clases y me fui a verlo en la universidad Javeriana. Tengo “El Libro de Arena” firmado por él. Alguien, no sé si María Kodama, le guiaba la mano. Los libros son una extensión perdurable de la imaginación y la memoria, había dicho admirablemente.
Y sin embargo, a veces le salía una cosa despectiva y de mala leche. Quién sabe por qué. Dijo de García Márquez que su literatura se basaba en el “adjetivo sorprendente”, menospreciándolo. Dijo de don Antonio Machado que era inconcebible que hubiera escrito algo como “ya conocéis mi torpe aliño indumentario”, dejando de mencionar algunos de los versos más bellos de todos los tiempos, escritos por el español.
En fin. Pero era Borges. Tal vez tuvo una mala mañana, aquel para quien todas las mañanas eran para siempre una noche cerrada. Tal vez. Y tuvimos que tragarnos el sapo. Hasta que dijo de Lorca lo que dijo y eso sí no se lo perdoné nunca. Por mucho que lo quisiera. Dijo que Lorca era un gitano profesional y un poeta menor. Muchas veces lo dijo, mirando con beatitud a su interlocutor.
Pero la poesía de Lorca ha conmovido a los lectores hasta los huesos durante 100 años ya. Lorca ha sido, él solo, España toda. Todo lo español. Es uno de los grandes líricos del idioma en cualquier época. Su gracia hipnotizante, su fuerza ciega y telúrica, su oscuro y sensual misterio. No tiene esa filosa geometría del verso borgiano, pero lo supera en su hondura humana y trágica. Tanto en algunos poemas como en entrañables momentos de su obra teatral. Lorca ha sido todo el idioma, todo el genio expresivo del idioma castellano desde, digamos, El Mio Cid, Gonzalo de Berceo y el Arcipreste de Hita. Antes, siempre antes, que Borges. Quizás sólo como Rubén Darío, o César Vallejo, o Neruda, si se tratara de mirar dentro de la América Latina. Borges no hubiera podido escribir un poema como La Sangre Derramada, para mí el mayor poema de la lengua en el siglo XX. ¡Nunca!
La inquina de Borges contra Lorca podría venir de los años treinta, cuando Lorca fue a Buenos Aires. La gente se moría por Lorca. Lo rodeaban y lo querían como si fuera un torero famoso. Lo buscaban, lo cortejaban, lo celebraban. Todos los días, durante seis meses, estuvo en la primera página de los periódicos. Era arrolladora su fama, su tremendo duende personal.
¿Qué hacer entonces? ¿Dónde dibujar la línea? Se trata de Borges…
Tal vez se puede afirmar que la obra poética de Borges es la obra poética de un gran hombre de letras. Mientras la obra poética de Lorca es la obra poética de un gran poeta.