La semana antepasada se supo que Carlos Vives —que creo que es una persona sensitiva, tranquila, bien dispuesta— había interpretado una canción escrita por Armando Zabaleta en la que se ataca a García Márquez por no haber hecho ninguna obra por el municipio de Aracataca, por no haber regalado un acueducto, un colegio o un estadio.
Pensé que tal vez Vives se había despistado, o lo habían asaltado en su buena fe, o no se había dado cuenta cabal de lo que estaba haciendo. En fin, me sorprendí mucho, me entristecí mucho...
Y pensé así mismo que probablemente no hay un ademán de Carlos Vives como cantante, como juglar, no hay un gesto, no hay un átomo de la gracia de sus canciones que se pueda explicar sin la literatura de García Márquez. Carlos Vives es hijo de la literatura de García Márquez. De la manera honda, deslumbrantemente poética y renovadora de la recreación garcíamarquiana del Caribe, que acabó siendo continental. Que acabó siendo universal. Al Caribe de García Márquez, que es el de Carlos Vives, como tal creación de nuestra lengua lo citan los conocedores al lado de Cervantes y la meseta castellana, por donde iban don Quijote y Sancho.
De ahí viene Carlos Vives. Es hijo de eso.
Y lo doloroso es que en muchas otras partes de Colombia, desde que García Márquez empezó a volverse universal, desde que empezó a ser el que para muchos era el escritor más grande de su época, desde que eso empezó a pasar delante de nuestros ojos, hubo personas que a partir de sus fobias y prejuicios sintieron desprecio por él, rabia por él, animadversión por él. Así es. Hay muchas personas que odian a García Márquez, que detestan su talento, que se enfurecen con su éxito, con su brillo en la noche de los tiempos de esta humanidad.
¿Por qué sucede eso? ¿Cómo puede uno tener mala leche con un escritor, con un creador que fue capaz de renovar, de transformar, de hacer temblar la lengua en la que uno mismo habla?
¿Será que se trata de personas vacunadas contra la sensibilidad y la belleza? Puede ser. Fíjense que no he nombrado la palabra envidia, me he abstenido de hacerlo porque en el caso de los envidiosos de la obra hipnotizante del colombiano solo se puede sentir piedad. No es que no sepan cuán bella puede ser una página de García Márquez, es que comprenden que jamás llegarán a esas cumbres, a esas alturas de la expresión artística.
No. Hablo de los que no se han enterado de lo que pasó, de los que no se dieron ni cuenta de que esa persona estuvo entre nosotros, mientras escribía sus cuentos y novelas. Hablo de los que no encuentran en sus tripas el regocijo, la dicha, la celebración y, en últimas, la admiración y el agradecimiento delante de quien fue capaz de crear tanta belleza.
Delante de quien fue capaz de dibujarnos el rostro, las manos, la voz, el corazón y el alma a todos los colombianos, no solo a Carlos Vives, y a todos los latinoamericanos. Para que por fin nos vieran en el resto del mundo.